Desde que era muy niño, él ya fantaseaba con la
muerte; no la de sus conocidos, amigos o familiares, sino con la suya propia.
Imaginaba morir en una gran batalla;
ofreciendo su vida en nombre de la patria y bandera, pero en realidad sólo
apostaría por su memoria. Suponía que habría de ser un héroe, de hecho el más
grande de todos. La gente hablaría de él, su vida, valores y hazañas. Más de
una escuela llevaría su nombre, quizás también alguna avenida importante, o su
localidad, Estado o País. Su muerte sería tan grandiosa, que nadie podría
olvidarse de ella nunca.
Cuando
fue mayor, imaginó morir por su propia mano. Se figuraba que de esa manera
todos aquellos que le rodeaban, aprenderían a valorarlo como se lo merecía. Ya sería
muy tarde, pero al fin sería reconocido. Hablarían de su vida, su gran ingenio,
y sus mil talentos inigualables, lamentablemente ignorados por todos, quienes a
partir de su muerte, vivirían arrepentidos por no haber evitado que la
humanidad perdiera a tan valioso ejemplar. Pero eso tampoco pasó.
Siendo
ya todo un hombre, pensó que su viuda le lloraría y sus hijos resentirían su
ausencia. La vida para aquellos que le conocieron sería un Infierno, cada
libro, cada objeto, cada habitación, ocasionarían una lluvia de recuerdos, que
terminaría por ahogarlos en dolor, llanto y melancolía.
Llegó
la vejez, pero la muerte no se presentaba. Sin embargo él sabía que tarde o
temprano habría de llegar, por lo que seguía imaginando el luto que su deceso ocasionaría
en todos. Tal vez la bolsa caería, la moneda se devaluaría, habría caos, y la
tristeza se apoderaría del mundo. Hablarían de él en los periódicos, saldría su
foto en la televisión, y sus amigos pasarían semanas enteras escribiendo
esquelas.
Lo
malo es que pensó tanto en la muerte, que no se interesó por ninguna batalla,
no se comprometió con nada, ni se ocupó de velar por nadie.
Por lo que el fatídico día en que
la muerte acudió puntual a su cita, lo encontró solo, rodeado de espejos, y
enfermo.
Pero ella no se lo llevó, a pesar
de sus ruegos.
La muerte no lo quería, e incluso
borró su nombre de esa lista interminable de pendientes, y se alejó para
siempre.
Después de ese día, él la buscaría
de mil modos, pero la muerte siempre lograba evitarlo. Era evidente que ni
siquiera ella lo quería a su lado.
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