martes, 30 de octubre de 2012

Muerte


Desde que era muy niño, él ya fantaseaba con la muerte; no la de sus conocidos, amigos o familiares, sino con la suya propia.

Imaginaba morir en una gran batalla; ofreciendo su vida en nombre de la patria y bandera, pero en realidad sólo apostaría por su memoria. Suponía que habría de ser un héroe, de hecho el más grande de todos. La gente hablaría de él, su vida, valores y hazañas. Más de una escuela llevaría su nombre, quizás también alguna avenida importante, o su localidad, Estado o País. Su muerte sería tan grandiosa, que nadie podría olvidarse de ella nunca.

           Cuando fue mayor, imaginó morir por su propia mano. Se figuraba que de esa manera todos aquellos que le rodeaban, aprenderían a valorarlo como se lo merecía. Ya sería muy tarde, pero al fin sería reconocido. Hablarían de su vida, su gran ingenio, y sus mil talentos inigualables, lamentablemente ignorados por todos, quienes a partir de su muerte, vivirían arrepentidos por no haber evitado que la humanidad perdiera a tan valioso ejemplar. Pero eso tampoco pasó.

            Siendo ya todo un hombre, pensó que su viuda le lloraría y sus hijos resentirían su ausencia. La vida para aquellos que le conocieron sería un Infierno, cada libro, cada objeto, cada habitación, ocasionarían una lluvia de recuerdos, que terminaría por ahogarlos en dolor, llanto y melancolía. 

            Llegó la vejez, pero la muerte no se presentaba. Sin embargo él sabía que tarde o temprano habría de llegar, por lo que seguía imaginando el luto que su deceso ocasionaría en todos. Tal vez la bolsa caería, la moneda se devaluaría, habría caos, y la tristeza se apoderaría del mundo. Hablarían de él en los periódicos, saldría su foto en la televisión, y sus amigos pasarían semanas enteras escribiendo esquelas.

            Lo malo es que pensó tanto en la muerte, que no se interesó por ninguna batalla, no se comprometió con nada, ni se ocupó de velar por nadie. 

Por lo que el fatídico día en que la muerte acudió puntual a su cita, lo encontró solo, rodeado de espejos, y enfermo. 

Pero ella no se lo llevó, a pesar de sus ruegos. 

La muerte no lo quería, e incluso borró su nombre de esa lista interminable de pendientes, y se alejó para siempre. 

Después de ese día, él la buscaría de mil modos, pero la muerte siempre lograba evitarlo. Era evidente que ni siquiera ella lo quería a su lado.

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