Hay
quienes dicen que “nunca” es demasiado tarde, y que “siempre” es un buen
momento para empezar de nuevo, o enmendar el camino. Antes podría haber estado
de acuerdo, pero ahora veo las cosas de otra manera. No lo digo únicamente porque,
desde que cayó la bomba, sólo puedo ver lo que hay a mi alrededor a través de
un cristal, ni porque el aire que respiro tiene que ser filtrado por una
máscara antigases, sino porque a partir de que el sol dejó de asomarse entre
las densas nubes negras que forman nuestro cielo, el único ser humano con el
que puedo compartir lo que pienso es mi hermana Dani.
Ella es muy joven y quizás no
recuerde cómo era la vida antes, pero yo aún guardo en mi memoria, casi como un
sueño, el calor de los rayos solares impactando contra mi piel, la frescura del
agua bañando mi cuerpo, el sabor de los alimentos, y la facultad de llenar mis
pulmones sin necesidad de intermediarios.
El futuro es un mal chiste, y a
veces me pregunto si tiene algún sentido seguir intentando vivir en este
infierno que se desmorona con cada latido del tiempo, y hierve como una herida
que supura, entre ruinas y gases tóxicos.
Dani tal vez me vea como su
guardián. Pero aunque quizás sea muy joven para entenderlo, si no fuera por
ella hace meses que me hubiera rendido, ante la desolación que estos ojos de
vidrio me muestran. Ella es tan frágil, pero a la vez guarda una gran
fortaleza, que en más de una ocasión me ha permitido salir adelante, incluso a
pesar mío.
Ella llena de color y sentido este
vacío que se gesta en mi pecho, y le da un poco de luz a esta oscuridad que me
nubla, mucho más que la vista.
– ¡Axel! ¡Dani! ¡Dejen esos anteojos
donde los encontraron! ¡Cuántas veces tengo que decirles que no toquen el
nebulizador de su papá! ¡No es un juguete! Ahora, lávense las manos y vengan a
comer, que su pá ya terminó de hacer la ensalada –nos dice mamá, muy seria, desde
el portal de la habitación.
– ¡Pero má! Estamos jugando y Axel
estaba muy inspirado –le dice Dani, con una mirada triste y aferrándose a sus
faldas.
–Nada de “peros”. Tan pronto
terminen de comer y les revise la tarea, podrán seguir jugando al apocalipsis.
¡Ay! ¡Estos niños de ahora y sus juegos! –nos dice, dando un suspiro, y nosotros
no tenemos más remedio que obedecer.
– ¿Entonces yo soy la más fuerte?
–me pregunta Dani, con un gesto malicioso, mientras nos encaminamos al
lavamanos.
–No seas tonta, eso sólo era parte
del juego –le digo y ella me sonríe, al saber que le estoy mintiendo, y me
regala un beso en la mejilla.
– ¡No hagas eso! –le grito, pero le
doy un tímido beso en la frente, al tiempo que le abro la llave del grifo.
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