Ella
es libre como las aves, que vuelan desafiando a la gravedad y aventurándose con
el viento. Ningún nido, y mucho menos una jaula, es capaz de detener su
incansable marcha, hacia el horizonte que delimita su futuro, el cual cambia
cada semana, cada día, cada hora, y cada latido.
La vida es demasiado fugaz y
volátil, como para fabricarle cadenas, o atraparla en conceptos que le impidan
jugar con las huellas de arena, que la luna deja sobre su piel, como una carta
de amor, entre el tiempo, la eternidad y la muerte.
Cada día es un reto distinto; a
veces es cristalina, suave y delicada, pero en ocasiones es turbia, dura,
cortante, o ambigua y vaporosa. Es capaz de sofocar a las más imponentes llamas,
tan sólo con su presencia, a la vez que deja arder la pasión entre los amantes,
al mezclarse su sudor, humedad y semen.
Su temperamento es capaz de desencadenar tormentas y
tifones, al igual que apaciguar a las bestias y refrescar a los valles. Alimenta
los campos, inunda los caminos, destruye puentes, y abraza la semilla de la
vida, aún en el vientre de la madre.
Más de un dios ha proclamado ser su
dueño, pero ninguno ha podido contenerla lo suficiente para hacerla suya, en
tanto que ella ha hecho suyo al planeta entero. Su tacto le dio continentes, penínsulas,
venas y arterias. Su fuerza se ha vuelto luz en la oscuridad de la noche, y su
inclemencia se traduce en devastación, impotencia y muerte.
Soberana del mundo, vuela libre por
el viento, formando nubes y acariciando el cielo. Vive apacible y eterna en las
heladas montañas, como un delicado velo blanco y azul. Se desborda en cascadas,
con toda la fuerza y belleza de la madre naturaleza. Corre incansablemente
entre ríos y canales, en pos del horizonte que dibuja el mar con su sonrisa.
Duerme la siesta en lagunas, se evapora con el calor del sol,
volviéndose niebla y después lluvia. Detiene el tiempo, al aferrarse como
perlas de vida, en el rocío de la mañana, e irriga nuestro cuerpo, convertida en
sangre, a la vez que es capaz de revelar su carácter sensible y modesto, al
brotar de una mirada, en forma de lágrima.
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