martes, 30 de octubre de 2012

El escarabajo


Roberto y Mariana caminaban en la acera, cuando la pequeña detuvo la marcha de su hermano, de manera abrupta con un grito.

            – ¡Cuidado! ¡No lo vayas a matar!

            – ¿Matar? ¿A quién? ¿De qué hablas? –replicó el pequeño.

            – ¡Al escarabajo! ¿Qué, no lo ves? –respondió la niña, señalando al suelo.

            – ¡Míralo! Es tan chiquito, pero tiene un color verde tan brillante y hermoso, que hasta parece una joya. Te aseguro que te habrías sentido muy apenado si lo hubieses pisado sólo por no fijarte por dónde caminas –agregó Mariana, buscando comprensión en los ojos de su hermano.

            –Y ¿qué tal si este “bicho” lo que quería era morir?

            – ¿Pero qué dices? ¿Cómo una criaturita tan linda quisiera terminar con su vida?

            – ¿Qué se yo? Jamás he sido escarabajo.

            – ¿Entonces por qué dices algo tan horrible?

            –Yo no aseguré nada, sólo dije que “tal vez” él quería que lo pisaran. Mira dónde está, la acera es estrecha y en ambos lados hay pasto. Si yo fuese un bicho de estos, caminaría por el área verde, y no me aventuraría por la acera. Al menos, claro está, que quisiera que me pisaran. Ya ves lo que dicen nuestros papás, con respecto a no bajarnos de la banqueta.

            – ¿Y si él lo único que buscaba era cruzar al otro lado, como la gallina del chiste?

            –Quizás, pero él no está cruzando, de hecho está parado a la mitad. Si alguien se detiene en medio de la calle, es porque espera que lo arrollen ¿no te parece?

            –Tal vez tiene miedo, porque hasta hace un rato se estaba moviendo. Además ¿no crees que la muerte es un tema muy complejo, como para que un bichito de estos lo comprenda?

            – ¿Y acaso preservar la existencia, no es una idea igual de compleja?

            –No, de hecho en la escuela me han dicho que todos los animales están dotados del “sentido de supervivencia” –respondió la niña, muy segura de sí misma.

            – ¿Incluso las moscas que se dan de “topes” contra las ventanas?

            –Incluso ellas. O al menos eso creo.

            – ¿Y qué tal los niños que, pese a la advertencia de los adultos, van tras la pelota, aunque la inconsciente bola se atraviese a los vehículos en movimiento?

            –Este... ¿tal vez?

            – ¿Y qué hay de los adultos que se llenan los pulmones de humo, aunque sepan que eso no sólo los daña a ellos, sino a todos a su alrededor?

            –Pues no sé, pero la verdad es que no creo que este bichito sea tan “bestia”. Se ve tan lindo y elegante… ¡Oye! ¡¿A dónde se fue?! –inquirió alarmada la pequeña.

            –No sé, igual y llegó hasta el pasto y se escondió bajo tierra, o eso que está masticando Nicolás, el gato de don Genaro, no es precisamente una croqueta.

            – ¡Diablos! Tal vez tenías razón y este bicho se encaminó en la acera, con la única intensión de morir –dijo la niña, con gesto desencantado.

            –Tal vez para eso es que nos encaminamos todos, ¿no te parece?

            –Claro, digo, supongo. ¿Qué se yo? Tú eres el mayor.

            –Por otro lado, piensa en todas las aventuras que aquel escarabajo vivió, antes de encontrarse con el bribón de Nicolás –sugirió el pequeño, al ver el desánimo de su hermanita.

            –Igual y en estos momentos se encuentra enfrascado en una batalla contra las demás alimañas que ha de tener almacenadas Nicolás en la barriga –agregó el pequeño.

            – ¡Guácala! ¡No seas asqueroso! ¡Te voy a acusar con mamá!

            –Pero yo sólo trataba de… ¡olvídalo! No tiene caso discutir contigo –remató el niño, con más impotencia que enfado.

            Después los dos hermanitos retomaron el camino, y se alejaron sin saber que el pequeño escarabajo yacía aferrado al suéter de la niña, seguramente en pos de su próxima aventura.                            

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