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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Vecinos

Después de casi cinco años de estar vacía, parece que la casa de al lado al fin volverá a ser ocupada. Ha pasado tanto tiempo, que llegué a pensar que nadie habría de interesarse en adquirirla y mucho menos habitarla, al menos hasta que se olvidara todo lo que ahí ocurrió, o no quedara nadie en el barrio que quisiera hablar al respecto.

En ese lugar vivía una pareja de recién casados; ellos eran muy amables y cooperativos con todos, nunca negaban su ayuda, ni se metían en chismes con nadie, eran los vecinos perfectos. Él salía muy temprano en su camioneta y regresaba en la tarde, ella estaba en casa por la mañana, pero salía cuando él ya estaba de vuelta. Sólo los veíamos salir juntos los fines de semana. Era una pareja muy especial, nadie sabía a qué se dedicaban, pero parecía que les iba bien en cuanto a lo económico, incluso cuando celebrábamos alguna reunión comunal, ellos eran quienes siempre se ofrecían a traer la carne para asar, la cual siempre era de primera.

            Todos confiábamos en ellos, pero eso cambió dramáticamente un domingo después de misa. Hacía mucho calor y para ventilar mejor las casas, más de uno optamos por dejar las puertas abiertas, además de las ventanas. La barda de su propiedad es muy alta, por lo que no podíamos ver qué hacían, pero un aroma delicioso traspasó su jardín; estaban cocinando algo exquisito. Yo tenía curiosidad de saber qué era, pero la mejor manera de conservar una buena relación, es no abusar de la confianza, por lo que me aguanté la curiosidad y me conformé con percibir ese encantador aroma, pero el perro de la señora Gómez no fue tan cauto y terminó por colarse en su patio. Al poco rato el bribonzuelo salió con un trozo de carne en el hocico. Todos reímos al ver eso, hasta que el perro soltó su presa, para comer frente a su ama, y ella gritó aterrorizada al ver que ese pedazo de carne era una mano femenina, o fragmentos de ella.

            Inmediatamente llamamos a la policía, temíamos lo peor, pero la verdad es que no nos esperábamos lo que nos aguardaba adentro.

La policía ingresó a la propiedad sin ninguna dificultad, no había seguro en la entrada y lo único que la mantenía fija era un pequeño pasador. Con cautela, los oficiales se aventuraron con sus armas preparadas y sin hacer ruido, la mano era una advertencia suficientemente clara como para no prestarle atención. Abrieron la puerta y escucharon a una mujer tarareando en la cocina. Los policías corrieron a su encuentro y ella soltó un grito al verlos en su casa. El marido llegó de inmediato, con un cuchillo en la mano y con un delantal manchado de sangre, pero fue sometido por los agentes.

En una de las habitaciones refrigerada, los policías encontraron los cuerpos mutilados de al menos una docena de personas, pero lo más desagradable fue descubrir algunos de los órganos faltantes en el refrigerador y en la cacerola que seguía hirviendo en la estufa.

Los demás detalles siguen siendo un misterio que ninguno de nosotros quiere indagar, aunque las especulaciones están a la orden del día. Cada uno tiene sus propias teorías, pero aunque me imagino que yo no soy el único que sospecha que la carne que tantas veces degustamos juntos, no era lo que parecía, hasta ahora no he escuchado que nadie insinúe algo al respecto.

¡Ah… que tiempos aquellos! A veces me pongo a mirar hacia su casa y me pregunto qué hubiera pasado si ese perro hubiese estado amarrado. Pero no lo culpo, olía tan bien aquel guiso que… ¡Bueno! Sólo espero que los nuevos vecinos tengan el mismo gusto culinario.    

Por los dos

Nunca me había sentido una mujer solitaria, tenía un buen trabajo, amistades, ciertos lujos, en fin, pero eso no era suficiente, porque me faltabas tú. Sólo un pasillo separaba tu departamento del mío, ni siquiera dos metros, sin embargo, apenas sabías mi nombre y yo ignoraba tu apellido, pero lo que existía entre nosotros era más fuerte que lo mucho que ignorábamos de ambos.

            Si acaso no lo recuerdas, te conocí por azar, al subir las escaleras con las compras de la semana; unas cuantas bolsas, nada pesado realmente. Te ofreciste a ayudarme y yo acepté encantada. En ese momento no imaginé nada más, sólo pensé que eras un buen hombre haciéndome ver que aún existían caballeros en este planeta. Cuando llegamos a mi puerta, a ti te pareció curioso que viviéramos enfrente y no nos hubiéramos encontrado antes. Yo también lo pensé, pero no dije nada, sólo te agradecí y estreché tu mano, un beso hubiera sido demasiado pago y yo soy una mujer decente.

            Al día siguiente, parecía que me estuvieras esperando, pues te encontré sentado justo en la entrada del edificio; estabas fumando un cigarrillo, el cual apagaste tan pronto me viste cruzar la calle. Me saludaste torpemente y me hiciste notar que la vez anterior no nos habíamos dicho nuestros nombres. Ante mi silencio, estiraste la mano y me diste el tuyo, y a mí me pareció descortés no hacer lo mismo. Entonces me invitaste a tomar un café, o mejor una copa, pero me negué con una mentira, te dije que ya había hecho planes para esa tarde, pero que en otra ocasión con mucho gusto aceptaría tu oferta. No lo tomaste a mal y hasta me regalaste una sonrisa.

            El siguiente día sucedió lo mismo, lo que me hizo pensar que lo ocurrido antes no había sido ninguna coincidencia. También te rechacé, e hice lo mismo las tres veces siguientes, no es que no me agradaras, de hecho me sentía halagada porque un hombre como tú se mostrara tan interesado en mí, pero no lo consideré pertinente, y aunque en más de una noche tu cortejo me hizo soñar cosas que en mi vida hubiera deseado, preferí hacerme la desentendida.

            No sé cuantas semanas más tarde, acepté tu invitación y pasamos una tarde maravillosa, charlando y tomando café en un lugar que no conocía, pero que a partir de ese día se convirtió en mi favorito.., “nuestro favorito” ¿recuerdas?

            Tú me manifestabas veladamente tus sentimientos, mientras yo hacía como si no me diera cuenta de tus intensiones, aunque en el fondo te deseaba tanto como tú a mí. Pero a pesar de eso, y aún ignoro por qué, la tarde en que ya no pudiste más y me confesaste abiertamente lo que los dos ya sabíamos desde antes, te dije que no. Y no sólo eso, ya que hasta me marché del café sin decirte ni siquiera adiós. Recuerdo que me buscaste en la casa, pero yo no te abrí, e incluso los días siguientes preferí pagar un hotel, antes de volver a mi casa y encontrarte.

            Pasaron un par de semanas antes de que me armara de valor para volverte a ver. Como lo esperaba, tú estabas ahí, aguardando por mí a la misma hora de siempre. Me acerqué, como si nada y me preguntaste si estaba enfadada contigo, e incluso te disculpaste si tu confesión me había incomodado de alguna forma. Yo procuré minimizar el hecho y te dije que no estaba enojada, y te volví a mentir, pues te aseguré que tu declaración de amor me había sorprendido. Después te aclaré que entre tú y yo no había cabida para ese tipo de relación, y que a lo más que podríamos aspirar era llegar a ser buenos amigos, después de todo, no nos conocíamos. Una vez más lo tomaste de buen ánimo, estrechaste mi mano y dijiste: “entonces, amigos”.

            Pese a lo ocurrido tú nuca dejaste de cortejarme; a veces con mensajes velados y en otras ocasiones descaradamente con flores, poemas y algunos regalos. Entonces me volví a esconder, no me preguntes por qué, ya que también lo ignoro. En esa ocasión no fueron unas cuantas semanas, de hecho pasaron dos o tres meses. Por momentos me sentía como una niña asustada que deseaba algo que sabía que no podía tener, y al mismo tiempo castigaba a la mujer que dentro de mi pecho se moría por volver a estar a tu lado y decirte que sí, que también estaba enamorada de ti.

            El caso es que cuando volvimos a vernos, algo había cambiado entre los dos, otra mujer se había interpuesto en mi camino, Olivia. De la noche a la mañana se les podía ver juntos en los mismos lugares donde antes sólo estábamos tú y yo. Eso me confundió aún más, yo no tenía por qué estar molesta, después de todo había sido yo la que te dejé ir, pero me sentí traicionada, la odié a ella, te odié a ti, y pretendí seguir con mi vida, pero todo me recordaba lo nuestro, y ni siquiera la calle me libraba de tu presencia, porque me encontraba con ustedes dos en todas partes.

            Ella nunca me trató mal, aunque era obvio que estaba enterada de quién era yo y del papel que había desempeñado en tu historia, pero siempre fue muy discreta, sabía que yo sólo había sido una exhalación, en tanto que ella era el aire que habitaba en tus pulmones.

Aún ahora no sé que era lo que me molestaba más; el que estuvieras con otra o el que hubiera sido yo quien te cerrara las puertas desde un inicio. El caso es que te deseé más cada día, y me prometí a mí misma no descansar hasta tenerte a mi lado para siempre. Esta vez no dejaría que la prudencia impusiera sus reglas.

            Planeé muy bien cada detalle; preparé una cena deliciosa, escogí la música más romántica que conocía, me vestí con una blusa con botones al frente y una pequeña falda, y esperé por ti en las escaleras del estacionamiento, con un galón de agua purificada; qué mejor pretexto que apelar a tu caballerosidad, para hacerte caer en mi trampa.

            Tú llegaste puntual como siempre, y después de saludarme afectuosamente, te ofreciste a ayudarme con el galón. Todo marchaba como lo tenía planeado. Conversamos un poco, nada importante, y ya en la entrada de mi departamento te invité a pasar. Tú te negaste, me dijiste que seguramente Olivia ya te estaba esperando en tu casa, pero te convencí ofreciéndote sólo un vaso de agua como muestra de mi gratitud, a lo cual no te negaste.

            Mientras yo ponía un poco de música, te sentaste en la sala y me preguntaste qué era lo que olía tan bien.

            –Nada, sólo algo que preparé para cenar –te dije.

            –¿Cómo que nada? Huele exquisito, además, que hermoso decoraste la mesa, con velas y todo. ¿Acaso esperas visitas?

            –No, yo no espero a nadie más –te respondí al darte el agua, ya con la blusa desabotonada y con mis senos al descubierto.

            Como era natural, te sorprendiste al grado de soltar el vaso, y a mí no me importó que se estrellara contra la duela, sólo me interesaba tu reacción. Te abracé y besé como sólo había soñado hacerlo, pero tú me apartaste de tu lado, me dijiste que eso no era correcto y que no defraudarías la confianza que Olivia había depositado en ti. Te incorporaste para irte, pero te topaste con la puerta cerrada con llave.

            –¡Déjate de cosas! Si esto hubiera ocurrido hace unos meses, quizás ahora estaría rendido a tus pies, pero ya no. Yo amo a Olivia y sólo puedo pensar en ti como una buena amiga, y eso es todo. ¡Entiéndelo por favor! –dijiste enérgicamente.

            –¡Ella no te merece! ¡Tú necesitas a una mujer de verdad! ¡Tú me necesitas a mí! –grité mientras forcejeabas la puerta.

            –No insistas, que lo único que conseguirás será lastimarte las manos, además, en caso de que lograras salir, estás muy equivocado si crees que encontrarás a Olivia en tu departamento –dije y te quedaste paralizado.

            –¿Qué..? ¿Qué dices? ¿Qué has hecho con ella? –preguntaste y te acercaste con tal rabia, que creí que ibas a golpearme, ¿recuerdas? Pero no, ¿cómo podrías, siendo todo un caballero? Sólo me sujetaste con firmeza de los brazos y preguntaste otra vez, mientras yo reía.

            –¿Por qué no le preguntas a ella? –te dije, señalándote la cocina con la mirada.

            Entonces me soltaste, y como un loco te dirigiste hasta donde estaba Olivia, o al menos lo que quedaba de ella. Pues sólo encontraste sangre y una de sus hermosas piernas en el fregadero, ya que el resto lo tenía en el refrigerador, con excepción de la cabeza, la cual flotaba en la cacerola, mientras la otra pierna seguía en el horno…

            Hasta este punto te has de acordar, pues aprovechándome de tu confusión, te inyecté un calmante que te ha hecho dormir por casi seis horas. No intentes mover tus extremidades, que no podrás hacerlo hasta dentro de unas dos horas más, tiempo suficiente para que cenemos y entiendas por qué he hecho todo esto. ¿No te das cuenta? Lo he hecho por ti.., lo hice por los dos…            

Civilizados

Leyendo el periódico y con el café enfriándose, un hombre le platica a su esposa una nota que le ha llamado la atención:

            –Fíjate amor que aquí dice que han encontrado una tribu de salvajes en el norte. Son como nosotros, pero de ninguna manera comparten nuestras creencias y costumbres. ¡Imagínate nada más! Estando en el pináculo de la cultura, éstos cazan a otras personas para comer.

            –¡Ay! No sigas más, te lo pido por favor. Bien sabes que no me gusta hablar de esas cosas en la mesa. Eso déjalo para la tarde, o para antes de ver las noticias de la noche.

            –Sólo deja que te cuente esta parte. Estos salvajes salen por las noches a capturar a sus víctimas, las desollan vivas y se las comen crudas. No distinguen si son hombres, mujeres o infantes, para ellos son todo lo mismo.

            –¡Bueno! ¡Te vas a callar de una vez! Has conseguido que me den nauseas y bien sabes lo delicada que soy con el estómago. Es increíble que me cuentes eso. Busca otra nota, platícame algo agradable, léeme un artículo que después pueda compartir con mis amigas al medio día o con los chicos a la hora de la comida.

            –¡No te pongas así! Te cuento esto porque me resulta sorprendente. ¿O no te parece impactante saber que ahora, que somos capaces de tantas maravillas tecnológicas, en el mundo sigan habiendo personas así de incivilizadas?

            –Eso te enseñará a valorar lo que tenemos.

            –Indudablemente.

            –Es sorprendente que estos pobres tengan que hacer eso con otras personas, pudiendo ir al mercado y comprar su carne humana como nosotros. 

            –O conservar a los niños como mascotas, al menos hasta que dejen de serlo.

            –Eso no me parece tan buena idea. Ya ves nuestra hija, que se encariñó tanto con el último niño, que después no quiso ni probarlo cuando lo preparé para la cena.

            –Tienes razón.

            –Aunque no la culpo, se ven tan lindos así de chiquititos e indefensos, casi como gatitos, pero mucho más sucios.