La
vida me ha enseñado muchas cosas, de las cuales, la mayoría jamás he empleado
en mi día a día. Hasta la fecha nunca he tenido que sacar la raíz cuadrada de
“algo” cada vez que salgo a la calle, ni me ha hecho falta saber cuál es la
capital de Bulgaria cada vez que abordo el autobús, de igual modo, no se ha
desmoronado el mundo si en algún escrito no he colocado los puntos sobre las
“íes”. Pero sin duda hay datos que tal vez en su momento no me parecieron tan
relevantes, pero que poco a poco se han vuelto fundamentales para mi vida
cotidiana; como elegir la comida de acuerdo al aspecto de la mercancía
disponible.
Sé que un mango demasiado verde es
ácido, o uno demasiado amarillo es muy dulce. Un jitomate aguado no dura mucho
tiempo, y uno demasiado duro tal vez se descomponga antes de madurar del todo.
En fin, una gran cantidad de simplezas que han hecho más fácil mi vida.
Con base en la observación del
comportamiento de otros animales, sobre todo de mi gato, llegué a una
conclusión que ha cambiado por completo el sabor de mis alimentos: “no hay
mejor aderezo que la adrenalina”. Si una presa muere placidamente, su sabor es
tenue, casi nulo. En cambio, si antes de propinarle el golpe final, la víctima
es perseguida, capturada, liberada, y vuelta a atrapar, en el clásico juego del
“gato y el ratón”, el sabor se magnifica.
Pero en definitiva, reconocer el
sabor de la carne, sólo por su aspecto, es algo que ha afinado por completo mi
exigente paladar. Antes pensaba que todo sabía igual, pero descubrí que el
muslo de un ave, con grandes depósitos de grasa y fibra muscular, tiene un
sabor más concentrado que el de la insípida pechuga, y así fui descubriendo
sabores y los fui relacionando poco a poco con su aspecto y procedencia.
Por ejemplo; aquella mujer de cuello largo, nariz aguileña y
ojos grandes, indudablemente ha de saber a pavo. O aquel hombre de allá, que
lee el periódico con toda calma, de brazos y manos anchas, mirada profunda y
rostro seco, sin duda ha de saber a res. O aquél de más allá, que observa su
jardín, con rostro bonachón, orejas largas, boca grande y labios semiabiertos
sin duda ha de saber a cerdo. Aquella joven atlética que va de aquí para allá
en marcha constante, tal vez originalmente tendría sabor a pollo, pero con base
en determinación y constancia, ha alcanzado el fino sabor del venado. En fin,
predicciones que me han permitido elegir siempre lo mejor, en los momentos más
desesperados.
Bueno, pero eso es sólo un poco de lo que he aprendido en los últimos
años, ya más tarde te contaré mi experiencia como peletero, y cómo elegir las
mejores pieles para cada cosa. Pero hablar de tanta comida me ha abierto el
apetito, por lo que me perdonarás, pero me retiro, tengo una presa que cazar.
Esta mañana amanecí con antojo de algo dulce, y por eso te atrapé a ti, pero no
puedo dejar pasar la oportunidad de volver a comer carne de venado. Mas no te
preocupes, ya tendré hambre más tarde, o quizás sólo regrese por tu piel,
resulta que siempre quise una chamarra con lunares como los tuyos.
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