jueves, 25 de junio de 2015

El coronel gallo

Hablando de bigotes, nunca se había visto uno más largo y tupido que el del coronel Gallo; tres pelos que, para alguien de su especie, era toda una jungla capilar, lo que lo volvió el gallo más varonil de toda la granja.
            Su carácter era indómito e implacable como el tiempo, forjado en años de disciplina militar, que lo convirtió en el coronel más respetado de todo el gallinero.
            Gallardo como ningún gallo, fuerte y valiente, al grado que hasta los canes del granjero se le cuadraban al verle aparecer por los campos.
            Incluso algunos aseguraban que hasta el mismo sol lo miraba con respeto, al grado que el astro rey esperaba verlo en la cerca mayor, en espera de su canto, para decidirse a alumbrar al mundo. De tal suerte que en una ocasión, que el coronel Gallo regresó más tarde de lo esperado, el sol salió hasta el medio día.
            Pero lo que más sorprendió a todos, incluso a los más allegados al coronel, fue la vez que un coyote malvado, viejo acechador de la granja, le impuso una serie de retos, a cambio de dejar en paz al gallinero. En total tres desafíos.
            El primero fue robarle un rayo al cielo. Lo cual consiguió después de dar un fuerte cacareo, tan fuerte que se estremeció la tierra, se detuvo el tiempo por un segundo, y un relámpago cayó, a sólo unos metros del coronel Gallo.
            El segundo desafío fue captar la esencia del silencio. Lo cual consiguió con otro cacareo, aún más fuerte que el primero, que hizo cimbrar la tierra, detuvo el tiempo por dos segundos, y dejó a todos en silencio, por más de una hora.
            El tercer desafío no fue un reto imponente como los primeros dos, pero sin duda era uno imposible para cualquier gallo, ya que consistía en “poner un huevo”. Eso dejó tenso a todos, incluso a los perros que veían todo lo ocurrido, guarecidos entre las pacas de pastura. Entonces el coronel respiró profundamente, miró directo a los ojos del coyote, y cacareó aún más fuerte que las veces anteriores, cimbrando el doble los campos, deteniendo el tiempo hasta por tres segundos y al final... “puso un huevo”.
            Todos quedaron boquiabiertos, hasta el propio coyote malvado, quién no tuvo otra opción más que respetar el resultado de sus desafíos y dejó de molestar al gallinero por siempre. Incluso, hasta el día de hoy, ningún coyote se ha atrevido a merodear por la granja, y el coronel se convirtió en leyenda.

            Lo que nadie sabía, y los que lo sospechaban callaron, fue admitir que el tercer desafío siempre fue el más fácil de todos, porque en el fondo, el gallardo, varonil e indómito coronel Gallo, siempre fue una gallina.

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