Más allá de la niebla sólo vagan la peste y el frío. Sin
una razón aparente, la muerte dejó de ser el apacible silencio y los muertos se
rehúsan a permanecer de esa manera. Se han levantado de sus lechos, tumbas y
mausoleos, tal vez sólo por esta noche o a lo mejor para siempre. No lo sé y no
lo entiendo. Únicamente escucho sus lamentos colina abajo, sus pasos chocando
contra las piedras, y percibo su pestilente y nauseabundo aroma.
Ya
alguna vez escuché que esto pasaría, decían que era anuncio del final de los
tiempos o el inicio del día del Juicio. No lo sé. Seguramente me quedé dormido
el día en que el sacerdote tocó el tema en los sermones del domingo. Pero sin
importar el referente, jamás pensé ser testigo de algo semejante.
Los
escucho cada vez más cerca. Es cuestión de tiempo antes de que lleguen hasta
mí. El castillo en el que habito ha sobrevivido casi tres guerras mundiales,
innumerables rebeliones, las inclemencias del tiempo, en fin, casi dos siglos
de desafíos. Pero no sé cuánto pueda soportar un ataque de esta naturaleza. Se
percibe en el ambiente, deben ser cientos, si no es que miles, tal vez todo el
pueblo.
Gemidos, gritos y silencio. Y una incansable marcha
colina arriba, como si vinieran a buscarme, como si sólo faltara yo para
completar su lista, y tuvieran todo preparado para reclutarme en su hediondo
ejército de muertos vivientes.
Tal vez para mañana ya no quede nada, sólo quedarán las
ruinas de mi hogar sobresaliendo de la niebla, colina abajo los viejos árboles
marchitos, y más allá de todo esto, vagará la muerte y el frío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario