La foto de mi gafete es, sin lugar a dudas, la
identificación más feliz que haya tenido en la vida. Por lo que desentona por
completo con el rostro con el que día a día salgo de la casa, y con la cara de
hastío y cansancio con el que diariamente deambulo por el metro con dirección
al trabajo.
Si
comparamos la foto de mi gafete con la credencial para votar, el permiso para
conducir, y el carnet de salud, pareciera que todas ellas están asistiendo al
velorio de la primera, quien descansa sonriente y apaciblemente en su cama de
plumas, mientras el resto refunfuñan, hacen muecas o lloran. En definitiva, es
la identificación más feliz que vive en mi cartera.
Incluso, aunque quizás exagere, sea el gafete más alegre
de toda la compañía, ya que salgo incluso más sonriente que el mismo jefe.
Recuerdo que cuando me la tomaron me pidieron que sonriera, que pensara en el
orgullo que significaba ser parte de una compañía tan grande e importante,
tanto nacional como internacionalmente. Me sugirieron que pensara en mi futuro
en la empresa, mi propio desarrollo profesional, las posibilidades de ir
escalando cada vez más grados hasta alcanzar, si es que lo ameritaba, un puesto
en la junta directiva. En fin, un sin número de aspectos que, por su puesto, yo
no tomé en cuenta.
Por lo que al momento en que el fotógrafo disparó del
obturador de la cámara, yo recordé la sonrisa de mi esposa el día que aceptó
ser mi novia, nuestro primer día cerca del mar, la primera noche en que nos
entregamos por completo, la tarde en la que me dijo que sería padre, la
madrugada en la que mi pequeña le regaló su primer llanto al mundo, y la mañana
en la que mi princesa me dijo por primera vez: “papá”. Entonces me sorprendió
el flash y quedó retratada para siempre esta sonrisa de idiota, que cada vez
que la veo me hace divagar como un niño y viajar en el tiempo, hasta todos esos
momentos, y al menos por un par de minutos, me parezca un poco al de la foto, y
sea mi rostro y no el gafete, quien le regale una sonrisa a la vida.
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