Esta
mañana respiro la paz en mi mente, mientras el viento da de lleno contra mi
cara. Veo pasar las casas, los transeúntes y puentes, como laminillas
estáticas; piezas sueltas en un escenario dispuesto sólo para mí. Con cada
pedaleo expulso el pasado y doy un salto al mañana. Dejo tras de mí el pútrido
estanque donde habita tu recuerdo, y camino de frente a mi futuro, sin ti.
Libre de tus celos, gritos y
maltratos. Libre de tu voz, tus exigencias y órdenes. Ya no soy tu sirvienta,
ni tu dama de compañía, y jamás fui tu esclava, pese a lo que tu diminuto
cerebro pensara. Ahora sólo soy “yo”, con todas sus letras. No sé si más
adelante tropezaré otra vez, pero sé que ya nunca más será con la misma piedra.
Ignoro qué tan largo será mi camino,
pero no pienso mirar atrás, ni retomar mis pasos. Lo que me toque vivir, de
ahora en adelante, será en un nuevo terreno, bajo otro cielo, otro río, otros
arcos, y otros peatones que me verán pasar, y no dirán nada. ¿Qué van a saber
ellos? Sólo seguirán sus vidas, así como yo, reinventaré la mía.
El viento seca mis lágrimas, que
ahora no son de desesperación, sino de felicidad. Por fin soy libre y el mundo
me recibe con los brazos abiertos. No me creíste capaz, siempre subestimaste mi
sentido de supervivencia, e incluso dudaste de la existencia de mi amor propio.
Pensabas que tú eras el centro del mundo, es más, estabas seguro de que tú eras
mi “universo”, pero como lo dijera el físico que descubrió los agujeros negros;
así como un día tuviste tu “gran explosión”, llegó el momento en que te topaste
con tu “gran colapso”.
Ahora se han roto las cadenas que me unían a tu camino, las
rompí de un solo golpe, así como mi navaja, cual relámpago divino, cortó tu
garganta de un tajo. Pero eso ya es historia. Tu cadáver descansa inmóvil entre
la basura, donde quizás nunca lo encuentren, mientras yo sigo pedaleando con
fuerza con dirección a mi destino, en pos de mi propio Universo.
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