Se
llamaba Hugo, y para su buena o mala fortuna, le tocó nacer un 28 de diciembre,
justo el día de los “Santos Inocentes”. Incluso, como su madre siempre había
sido muy delgadita, durante sus primeros días de vida, su propio padre llegó a
pensar que su nacimiento sólo era una broma de su esposa, que se había tomado
demasiado a pecho la farsa de su matrimonio.
Bastó
una semana para que su familia aprendiera a aceptarlo, salvo su padre, quien
tardó un poco más en quererlo como al resto de sus hijos, es decir, a la
distancia.
Hugo era el más chico de una gran
familia; de hecho eran casi diez hermanos, y digo “casi”, porque la décima era
Greta, su única hermana, quien sólo era un año mayor que él, pero entre los dos
formaban una dupla que sabía muy bien cómo meterse en problemas, aunque no eran
tan hábiles saliendo de ellos. De hecho era ella quien complicaba todo, y él quien
no sabía cómo salir de sus enredos.
En la escuela siempre fue el más
tranquilo de la clase, de hecho era casi inexistente para sus profesores y
compañeros. Era el que se sentaba en la última banca, pasaba los descansos
solo, y jamás le preguntaban ni la clase, por lo que, acostumbrado a vivir
entre los gritos de sus padres y los enredos de sus hermanos y hermana, la
escuela para él era “el paraíso”.
Su primera novia la tuvo cuando ya
era bastante mayor, tendría unos cuarenta o cincuenta años. “Nunca es tarde”,
dicen, incluso si tomamos en cuenta que se enteró de la existencia de ella en
la celebración de su primer aniversario. Tal vez sobre decir que él era un poco
distraído, pero Marisa, su novia, tampoco era la mujer más avispada del mundo.
Él nunca tuvo hijos, por gracia
divina, pero su compañera tuvo cinco. El primero se llamó “Hugo”, como era de
esperarse, y los otros cuatro “José”, por razones que quizás ni ella misma
alcanzó a comprender. Sin duda eran el uno para el otro o, como se dice
comúnmente, “siempre hay un roto para un descosido”.
Hugo era un poeta que en sus ratos
libres vendía libros ajenos, claro está, aunque con forme fue transcurriendo el
tiempo, y fueron cambiando sus necesidades, se volvió más un vendedor de
libros, bicicletas, discos y botellas, que tenía como pasatiempo escribir
poemas ajenos, claro está.
Curiosamente, un 28 de diciembre Hugo
partió de la mano de la muerte, cometiendo la primera y única infidelidad de su
larga vida. Dada la fecha de su deceso, incluso su esposa pensó que él bromeaba,
por lo que le siguió el juego y organizó el velorio más emotivo de la historia,
encabezado por la viuda más sonriente que se hubiese conocido nunca.
En
el pueblo no se podía hablar de otra cosa que no fuese dicho evento, al grado
que varios años después, Marisa murió pensando que todo lo vivido, no había
sido más que una de las típicas bromas de su querida suegra.