La
inspiración me ronda como una fragancia que no logro distinguir, mientras la
razón está más ocupada en comprender las funciones del hígado, que en imaginar
historias que escribir, y mi musa hojea una revista, recostada en la cama, y yo
quito la mirada del monitor, para “ojearla” a ella.
Su voz es la más hermosa canción que
haya escuchado en mi vida, y su conversación es una cátedra que me ilustra,
despeja mis dudas, me hace reír y me demuestra que la inteligencia y el sentido
del humor no son impedimentos de la belleza, sino complementos. Pero ahora está
callada, atenta a su lectura.
Sus pies descalzos, me hablan de su
gusto por las sandalias, y su abominación a los zapatos y a la pintura de uñas.
Son tan frágiles, libres y naturales, que hasta me parecen una metáfora de la
vida misma. Sus tobillos están algo rosados, tal vez por el calzado opresor,
que los aprisiona por horas, hasta que se despoja de él al llegar a casa.
Es extraño verla con falda; porque
casi siempre usa pantalones, pero en este momento porta una tan larga y amplia,
que apenas me deja ver un poco de sus pantorrillas. Pero por suerte es lo
suficientemente fina, como para que la tela se deslice sobre su piel, como el
agua, dejándome recorrer sus pliegues, por ahora, sólo con la mirada.
A ratos, mueve las piernas, como si
además de leer, llevara el ritmo de la melodía que suena en el reproductor de
música. Pero no dejo que su cadencia me hipnotice, y mudo mi mirada un poco más
arriba, hasta llegar a sus muslos. Sé que más al norte vive la flor de miel que
le da perfume a mi vida, pero si me detengo ahí, quizás no quiera seguir
adelante, hasta embriagarme con su esencia, por lo que elijo refugiarme en sus
caderas, donde uno de sus brazos reposa grácilmente. Entonces acepto la
invitación que me proporciona la vista, y dejo que mi mirada escale por su
piel, como una gota de agua que resbala, en sentido contrario.
Trae una blusa blanca con botones al
frente, algunos de ellos yacen libres del ojal y dejan que me cuele un poco
más, hasta alcanzar su piel desnuda. No es mucho, pero es lo suficiente para dejar
que mi mente recorra sus pliegues y laderas, hasta que un indeciso botón, que
no termina de aflojarse, detiene mi recorrido, y debo frenar a mis impetuosas manos,
que se mueren por tirar del hilo que aún lo sostiene, y dejar libres sus senos,
que tímidamente se asoman, como una invitación abierta a perder la razón entre
ellos.
Su pelo negro contrasta con la tela
blanca y la piel de su cuello. Desde antes de recostarse a leer, lo ha dejado
suelto y no sé si amo más su brillo natural, o los “destellos de vida”, que se
parecen a las canas que poco a poco se han ido a vivir a mi barba.
La humedad de su boca me llama, y la
punta de su nariz me parece tan irresistible, que cruzo mis brazos para centrar
mi atención en mi Diosa. Pero este movimiento hace que ella se dé cuenta de que
mi mirada está entretenida recorriendo su cuerpo.
Ante el nerviosismo de saberme sorprendido, mi Musa me
saluda con las cejas, y por encima de sus lentes me guiña un ojo, al tiempo que
me sonríe. Luego cierra su revista, la coloca en la cabecera, se alza un poco
la falda, no demasiado, pero sí lo suficiente para obligarme a desdoblar mis
brazos y acariciar sus delicados pies con mi boca.
Al final tira del hilo que sujetaba el botón de su blusa,
que rueda por la almohada, casi a la par que mis manos llegan a sus caderas y
mis labios encuentran su hogar, entre sus piernas.
Más tarde volverá mi atención al estudio del hígado, pero
ahora mi inspiración, la razón, e imaginación, son de ella, al igual que mi
vida.
¡TE AMO! =)
ResponderEliminarY yo a ti te adoro, mi Cielo.
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