Fue
una noche como ésta, cuando se le vio a Leticia por última vez. Algunos dicen
que corría con su vestido de novia como una desquiciada, sin rumbo ni atención
al camino o a los testigos, que mudos e incrédulos observaban cómo se internaba
en la oscuridad del bosque.
Dicen que se volvió loca, otros aseguran que cayó sobre
ella una maldición, y que por influjo de la luna se convirtió en una bestia; un
monstruo devorador de carne y sangre humana. Pero también hay quienes piensan
que siempre lo fue, y aquella noche sólo reveló su verdadera naturaleza.
Recuerdo que a muchos les extrañó que su boda se celebrara
casi a la media noche, pero siendo ella la hija de don Horacio, uno de los
hombres más ricos del Estado, lo tomaron como una excentricidad más de su
familia; locuras que sólo entre la gente de dinero son bien vistas.
Ella lucía hermosa con su vestido de novia; sus ojos
brillaban de felicidad y sus labios resaltaban con un color carmesí, que hacía
que más de uno deseara su boca, pero no todos tenían la plata suficiente para llegar
a su corazón.
El novio, don Julián, era el ganadero más rico del país,
tenía propiedades en todo el mundo y su dinero era suficiente para comprar cada
suspiro, piedra y matorral del Estado. Le doblaba la edad a ella, pero hasta
los más reservados lo veían con buenos ojos, argumentando que “para el amor no
existe el tiempo”, y mucho menos si compensaba la diferencia de edades con
billetes en los bolsillos.
La luna brillaba entre las negras nubes, mientras un ligero
viento mecía grácilmente el velo de la novia.
El señor cura llegó puntual, como nunca lo hacía, ni
siquiera en la misa de los domingos. No había alma en el pueblo que no
estuviese presente, más por obligación y morbo que por gusto.
Todo había ocurrido con normalidad, hasta que el cura le
preguntó a la novia si aceptaba ser la esposa de don Julián, y ella se quedó
callada, obligando al clérigo a repetir la inquietud, ante el asombro de los
presentes.
Entonces Leticia soltó el ramo que hasta ese momento
sostenía, se despojó del velo, desgarró la garganta del sacerdote con sus
propias uñas, y ante el desconcierto general, le arrancó de un mordisco la vida
a su novio, y salió corriendo del templo.
Desde entonces nadie la ha vuelto a ver, y dudo que muchos
quieran experimentar tal encuentro. De hecho, ya nadie sale por las noches, y
menos se internan en el bosque sin un motivo importante.
La familia de la novia ha abandonado el pueblo, dejando sus
propiedades a la merced de los saqueadores y burócratas del Estado. Las
autoridades no dan ninguna explicación, y muchos rumoran que Leticia se fue con
ellos y la están encubriendo. Incluso algunos piensan que así fue planeado
desde un inicio, para hacerse de las posesiones de don Julián, pero sólo son
rumores absurdos.
La sabiduría popular dice que nunca hay que hacer tratos
con un demonio, porque sin importar qué sea lo que se pida a cambio, el acuerdo
termina volviéndose en contra de uno. Pero pocos hacen caso de ese dicho.
Hace años don Horacio perdió a su hija en el bosque, y su
desesperación fue tal que dijo estar dispuesto a todo, con tal de recuperarla.
Yo lo escuché y prometí devolvérsela, pero a cambio le pedí que quince años
después me entregara lo que él más quisiera, y él aceptó.
Una vez que la tuvo entre sus brazos, estrechó mi mano y
dijo que estaba dispuesto a entregarme lo que yo quisiera en ese mismo momento.
Yo me negué, y le aclaré que no se trataba de lo que “yo deseara”, sino de lo
que “él más quería”, por lo que le dije que una vez cumplido el plazo, volvería
por su hija.
Entonces él me rogó que no lo hiciera, que le pidiera
cualquier otra cosa, incluso su vida, pero me negué a aceptar ese cambio. Sin
embargo, le propuse un acuerdo. Si él lograba que su hija se casara, antes de
esa fecha, con el hombre más poderoso del pueblo, no volverían a saber de mí.
Hace veinte años hice a don Julián el hombre más rico del
país, y quince años después me cobré con la vida de su esposa, aunque el
acuerdo original era su propia alma. Pero él me propuso la de su eterna
compañera, y acepté, aunque le aclaré que la deuda no estaba saldada, y que
tenía cinco años más para darme el alma de otra noble dama, o esta vez sí me lo
llevaría conmigo.
Hace un año don Julián le pagó a don Horacio para desposar a
su hija, y él vio en esta compraventa la salvación de Leticia.
Tal vez piensen que violé el acuerdo, ya que la boda de
ambos se estaba efectuando, pero lo cierto es que ni don Julián era el hombre
más poderoso del pueblo, ni Leticia el alma que salvaría al viejo. ¿O acaso
ustedes también piensan que el dinero hace a la gente poderosa y noble?
Ahora, disculpen que me marche, pero tengo una cita, mi
novia me espera en algún lugar del bosque, pero les dejo el dinero, a mí no me
sirve para nada.
Buenísimo. =)
ResponderEliminarGracias. =)
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