lunes, 14 de enero de 2013

La novia


 
Fue una noche como ésta, cuando se le vio a Leticia por última vez. Algunos dicen que corría con su vestido de novia como una desquiciada, sin rumbo ni atención al camino o a los testigos, que mudos e incrédulos observaban cómo se internaba en la oscuridad del bosque.
Dicen que se volvió loca, otros aseguran que cayó sobre ella una maldición, y que por influjo de la luna se convirtió en una bestia; un monstruo devorador de carne y sangre humana. Pero también hay quienes piensan que siempre lo fue, y aquella noche sólo reveló su verdadera naturaleza.
Recuerdo que a muchos les extrañó que su boda se celebrara casi a la media noche, pero siendo ella la hija de don Horacio, uno de los hombres más ricos del Estado, lo tomaron como una excentricidad más de su familia; locuras que sólo entre la gente de dinero son bien vistas.
Ella lucía hermosa con su vestido de novia; sus ojos brillaban de felicidad y sus labios resaltaban con un color carmesí, que hacía que más de uno deseara su boca, pero no todos tenían la plata suficiente para llegar a su corazón.
El novio, don Julián, era el ganadero más rico del país, tenía propiedades en todo el mundo y su dinero era suficiente para comprar cada suspiro, piedra y matorral del Estado. Le doblaba la edad a ella, pero hasta los más reservados lo veían con buenos ojos, argumentando que “para el amor no existe el tiempo”, y mucho menos si compensaba la diferencia de edades con billetes en los bolsillos.
La luna brillaba entre las negras nubes, mientras un ligero viento mecía grácilmente el velo de la novia.
El señor cura llegó puntual, como nunca lo hacía, ni siquiera en la misa de los domingos. No había alma en el pueblo que no estuviese presente, más por obligación y morbo que por gusto.
Todo había ocurrido con normalidad, hasta que el cura le preguntó a la novia si aceptaba ser la esposa de don Julián, y ella se quedó callada, obligando al clérigo a repetir la inquietud, ante el asombro de los presentes.
Entonces Leticia soltó el ramo que hasta ese momento sostenía, se despojó del velo, desgarró la garganta del sacerdote con sus propias uñas, y ante el desconcierto general, le arrancó de un mordisco la vida a su novio, y salió corriendo del templo.
Desde entonces nadie la ha vuelto a ver, y dudo que muchos quieran experimentar tal encuentro. De hecho, ya nadie sale por las noches, y menos se internan en el bosque sin un motivo importante.
La familia de la novia ha abandonado el pueblo, dejando sus propiedades a la merced de los saqueadores y burócratas del Estado. Las autoridades no dan ninguna explicación, y muchos rumoran que Leticia se fue con ellos y la están encubriendo. Incluso algunos piensan que así fue planeado desde un inicio, para hacerse de las posesiones de don Julián, pero sólo son rumores absurdos.
La sabiduría popular dice que nunca hay que hacer tratos con un demonio, porque sin importar qué sea lo que se pida a cambio, el acuerdo termina volviéndose en contra de uno. Pero pocos hacen caso de ese dicho.
Hace años don Horacio perdió a su hija en el bosque, y su desesperación fue tal que dijo estar dispuesto a todo, con tal de recuperarla. Yo lo escuché y prometí devolvérsela, pero a cambio le pedí que quince años después me entregara lo que él más quisiera, y él aceptó.
Una vez que la tuvo entre sus brazos, estrechó mi mano y dijo que estaba dispuesto a entregarme lo que yo quisiera en ese mismo momento. Yo me negué, y le aclaré que no se trataba de lo que “yo deseara”, sino de lo que “él más quería”, por lo que le dije que una vez cumplido el plazo, volvería por su hija.
Entonces él me rogó que no lo hiciera, que le pidiera cualquier otra cosa, incluso su vida, pero me negué a aceptar ese cambio. Sin embargo, le propuse un acuerdo. Si él lograba que su hija se casara, antes de esa fecha, con el hombre más poderoso del pueblo, no volverían a saber de mí.
Hace veinte años hice a don Julián el hombre más rico del país, y quince años después me cobré con la vida de su esposa, aunque el acuerdo original era su propia alma. Pero él me propuso la de su eterna compañera, y acepté, aunque le aclaré que la deuda no estaba saldada, y que tenía cinco años más para darme el alma de otra noble dama, o esta vez sí me lo llevaría conmigo.
Hace un año don Julián le pagó a don Horacio para desposar a su hija, y él vio en esta compraventa la salvación de Leticia.
Tal vez piensen que violé el acuerdo, ya que la boda de ambos se estaba efectuando, pero lo cierto es que ni don Julián era el hombre más poderoso del pueblo, ni Leticia el alma que salvaría al viejo. ¿O acaso ustedes también piensan que el dinero hace a la gente poderosa y noble?
Ahora, disculpen que me marche, pero tengo una cita, mi novia me espera en algún lugar del bosque, pero les dejo el dinero, a mí no me sirve para nada.

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