Estoy
en el filo de la cordura; de un lado está la memoria, del otro el olvido, y en
medio descansa la muerte, que me espera paciente y calladamente, como una
sombra, como el río de sangre que recorre sin descanso mi cuerpo, como el
silencio sordo que duerme en mi corazón y se despierta con cada latido.
Aferrarme al pasado sería como
contener la respiración, sin un soplo de aliento, como si mis pulmones no
pudieran contener más oxígeno, más ánimo, más sufrimiento, y sólo buscaran
estallar de un soplido, o secarse al viento, como una hoja en otoño.
Resignarme al olvido sería como
perder la memoria, enajenarme de lo que he sido, abandonar todo aquello que ya
no es, ni será de nuevo; tu aliento alimentando mis pulmones, tu cuerpo
calentando el mío. Sólo el frío y la soledad, tan vacía y helada como mi piel.
¡Qué ganas de prenderle fuego! ¡Qué ganas de fusionar mi grito con el silencio
y escapar! Sólo así; como el humo… y hasta el cielo.
Justo en medio, me acompaña la
muerte, me acecha desde las sombras, me grita que ha estado esperando por mí
desde el momento mismo de mi concepción, consciente de que tarde o temprano
llegaría mi día y mi hora, lo cual puede ocurrir hoy, quizás mañana, o tal vez
llegue sin anunciarse, como una arrendadora implacable. Entonces ella desaloje
mi memoria y mi alma, y se cobre “a la mala”, con mis sueños y “mañanas”.
Mas ignoro si esa decisión descansa
en mis manos, ni está al alcance de mis pies cansados de tanto caminar, sin
llegar a ningún lado. Tal vez me quede aquí para siempre, sobre el filo de esta
navaja, sin ánimos de recordar el ayer, y sin voluntad de soltar lo ocurrido,
sólo así; esperando… hasta que la muerte llegue por mí, y rasgue para siempre
mi vida, con su propia navaja.
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