miércoles, 19 de octubre de 2011

El paquete

Aquel viernes por la mañana, a la redacción del periódico donde trabajo como reportera, llegó un paquete sin remitente o dato que pudiera darnos un indicio de su contenido. Yo fui la primera persona en abrirlo por indicación de mi jefa de información y el editor. Podría haber sido cualquier cosa y estaba un poco nerviosa. La última vez que recibimos uno semejante contenía una mano mutilada, perforada por un bolígrafo y con una nota que nos amenazaba de muerte. Por suerte esta vez sólo encontramos un disco compacto, que inmediatamente entregué a Amanda (la jefa de información) y una carta doblada en cuatro, que ella leyó en voz alta:

            No soy del tipo de persona que acostumbra enviar cosas a los periódicos, menos aún cuando éstas pueden implicar la pérdida de mi empleo. Pero hace un par de noches, revisando las cintas de vigilancia del edificio donde trabajo como guardia, descubrí que se había cometido un crimen en el estacionamiento subterráneo del mismo.

Yo hago mis rondines y les aseguro que esa noche no noté nada que me hiciera sospechar que algo anduviera mal, pero la imagen grabada no miente y me daba evidencia de que esa noche se había cometido un asesinato. He revisado cada rincón del inmueble, pero no he encontrado al cadáver, ni nada que me pudiera dar más información de lo que ocurrió en ese lugar.

Podría dar parte a la policía, pero temo por mi seguridad. Cualquier persona que sea capaz de cometer un homicidio delante de una cámara de vigilancia, haga desaparecer el cuerpo del delito y no deje evidencia alguna del crimen, debe contar con los medios suficientes como para evadir cualquier investigación, o implicar a cualquiera que se atreva a acusarle formalmente.

Gracias y espero su comprensión

             Lo único que restaba era ver el contenido del disco entregado, evaluar el posible interés periodístico de lo presentado y dar parte a la policía. 

            Gustavo (el editor) introdujo el pequeño disco en su computadora y los tres guardamos silencio mientras se reproducía el video. En él se podía ver a un hombre abriendo o cerrando un automóvil, mientras que otra persona (al fondo de la imagen) lo sorprende por la espalda y degüella con una navaja o un pequeño cuchillo. La imagen no es tan clara como para definir el arma homicida, ni la identidad de la víctima o el victimario, pero es lo suficientemente nítida como para señalar que en ese lugar se había cometido un homicidio.

Definitivamente el contenido gozaba de interés periodístico, tal vez no para la primera plana, pero sí para la sección correspondiente a la seguridad citadina y nota roja, mientras se definían las identidades de las personas que aparecían en la grabación. Sólo entonces podríamos saber si la información daba para más o no. Al menos eso pensaba yo.

            El video concluyó y Amanda me pidió que le hiciera un reporte preliminar que nos permitiera evaluar la información, antes de empezar la verdadera investigación periodística. Sólo tenía que escribir un par de párrafos donde indicara el origen de la grabación, el contenido de la misma y las posibles rutas para iniciar el reportaje. Nada que no hubiera hecho antes, por lo que no tardé más de quince minutos en regresar a su oficina y entregarle el reporte preliminar con todo y dos títulos tentativos: “Muerte en estacionamiento subterráneo” o “Asesinato en video”.

            Amanda leyó el reporte y después de hacerlo me vio con una cara muy seria y me dijo que no tenía tiempo para bromas. Afirmaba que estaba muy bien redactado, pero no entendía por qué había tergiversado tanto el contenido de la grabación que nos habían enviado.

–Tu reputación y la del periódico quedarían en entredicho si publicamos esto y luego diéramos a conocer el verdadero contenido del video –dijo un poco molesta.

No podía entender de qué me estaba hablando, en el reporte me limité a señalar lo que había visto en el disco y nada más. Por lo que defendí mi postura y pedí que se explicara o me dijera qué era lo que quería que yo escribiera.

–Si no quieres que hable de la manera en que degollaron a aquel hombre está bien, pero no me acuses de “tergiversar” la información –le dije alzando un poco la voz.

–Ese es el punto precisamente, al hombre del video nadie lo “degolló”. El asesino lo que hizo fue apuñalarlo por la espalda –dijo y me dejó más confundida que antes de su explicación.

            Las dos habíamos visto el mismo video, al mismo tiempo y desde el mismo monitor. Yo no tenía ni una sola copa encima, no estaba cansada y la noche anterior había dormido mejor que nunca. Ella ni siquiera bebía alcohol y venía de haberse tomado unas vacaciones de dos semanas completas. Sin embargo habíamos visto dos crímenes distintos en la misma grabación. Ella no cedía ante mi versión y yo no estaba dispuesta a hacerlo ante la suya, por lo que acudimos al editor para que sirviera de juez ante tal discrepancia. Alguna de las dos tenía que tener la razón y la otra tendría que hacer una cita con un buen optometrista.

            Amanda entró muy segura de sí misma a la oficina de Gustavo y sin ningún preámbulo le entregó mi reporte, mientras yo cerraba la puerta por dentro. Él nos invitó a tomar asiento y se sirvió un poco más de café. Luego nos ofreció una taza, pero nos negamos al unísono. Nuestra prioridad era que leyera el reporte y me regañara, como Amanda ya lo había hecho, o me diera la razón y mi jefa se viera obligada a comerse sus palabras.

Mientras Gustavo leía, ella no borró ni un instante su tan tradicional mueca a manera de sonrisa, como quien lo tiene todo ganado de antemano y se regodea ante la derrota del otro. Yo sólo me mordía los labios para alejar de mi mente la tentación de borrarle esa sonrisa burlona con una buena bofetada. Por suerte supe contenerme, después de todo (y pese a que Amanda suele ser sumamente arrogante, quisquillosa, vengativa y una hija de su…) no dejaba de ser mi jefa y (cuando se me olvidaban todas sus demás características) una de mis mejores amigas. Además, en ese momento pensaba que sería yo la que terminaría riendo al último, cuando Gustavo me diera la razón. Pero no fue así, para ninguna de las dos.

            Según el editor las dos estábamos en un “error de proporciones bíblicas” (salido tal cual de su boca). El muerto ni había sido degollado, ni apuñalado por la espalda, sino estrangulado con algún tipo de cuerda o alambre, por alguien que se escondía detrás del vehículo.

Con ese testimonio las cosas quedaban más confusas que antes de que entráramos a hablar con él. Parecía que habíamos visto tres crímenes diferentes, sólo que en el mismo video y contra la misma persona.

Ante tal encrucijada de versiones, la única posible solución era volver a ver la grabación los tres juntos, sólo que ahora describiríamos cada quien lo que estuviéramos viendo en el mismo momento en que captábamos las cosas.

            El editor volvió a colocar la grabación y todo se confundió aún más de lo que ya estaba. Amanda describió cómo un hombre que se disponía a cerrar un automóvil era brutalmente golpeado con un tubo o varilla en la cabeza. Gustavo nos aseguró ver cómo un hombre que abordaba un coche era asesinado a balazos desde otro vehículo en movimiento. Yo seguí viendo a un asesino degollando a una persona que abría o cerraba un coche, pero ya no era un hombre sino una mujer.

Los tres nos preguntábamos si habíamos visto el mismo video que sólo unos minutos antes observamos. De cualquier forma, sin importar si se trataba del mismo u otra grabación, ¿cómo era posible que hubiéramos visto tres cosas que eran completamente diferentes? El estacionamiento era el mismo, el día y la hora señalada en el video también lo eran, incluso los tres habíamos coincidido en la descripción del vehículo estacionado. Pero no con la manera en que se había dado el crimen y, en mi caso personal, ni siquiera coincidía con el sexo de la víctima que los otros describían y que yo misma había identificado originalmente.

Para intentar salir de dudas, una vez más volvimos a ver la grabación, tratando de prestar atención a cualquier detalle que se nos hubiera escapado antes. Teníamos que encontrar una explicación, sin importar lo ilógica que fuera o pudiera parecernos. Pero ésta se negaba a ser vista por nosotros, o quizás no éramos capaces de reconocerla, sin importar cuántas veces viéramos el disco.

Ahora Amanda decía ver a una mujer en el interior de un vehículo, apuntando y disparando contra un hombre que se hallaba escondido en las sombras. Gustavo vio a un hombre abordando un auto, cargando a cuestas una bolsa manchada (tal vez con sangre) y marchase del estacionamiento, dejando tras de sí el cuerpo decapitado de otro hombre, recargado en la portezuela de un vehículo. Yo vi a un sujeto amarrando una soga a la defensa trasera de un coche, luego se subió al techo del mismo, arrojó la soga por encima de una viga, amarró el otro extremo colgante a su cuello y se dejó caer.

Otra vez los tres teníamos versiones distintas y ninguna pista extra, salvo un detalle; la hora marcada en la grabación no correspondía a la señalada por el reloj de pared que apenas se podía apreciar en el video. Uno marcaba las veinte y dos horas y el que descansaba en el muro señalaba las siete con diez y nueve. No era gran cosa, pero era algo en lo que los tres coincidíamos. Por lo que volvimos a ver el video, pero ahora habíamos llamado a Ángela (una de las fotógrafas), a Carlos (el encargado de la columna deportiva) y a Jorge (el caricaturista oficial). No les dijimos nada, sólo les pedimos que vieran el video con nosotros y nos hicieran saber los aspectos más importantes que pudieran haber notado en el mismo, además de la hora marcada por el reloj de la pared.

Al terminar de verlo, Ángela, muy alarmada dijo haber visto a un hombre abordo de un vehículo, sacando una pistola de su saco y colocando la punta del cañón en su barbilla, un segundo antes de pegarse un tiro. Según ella el reloj de la grabación marcaba las veinte y dos horas y el reloj de la pared señalaba las siete y media, al momento del disparo.

Carlos, desconcertado por lo dicho por Ángela, dijo haber visto a dos hombres discutiendo en el interior de un vehículo, hasta que uno de ellos salió del mismo azotando la portezuela. Después el hombre que continuaba en el auto, echo a andar el motor y arrolló al otro, dejándolo tirado e inerte. Según él, el reloj de la grabación marcaba las veinte y dos horas y el reloj de la pared, al momento del atropellamiento, tenía las siete con treinta minutos.

Jorge se nos quedó viendo a todos, tratando de entender qué era todo esto, pero ante nuestro silencio dijo que él había visto a un hombre abordando un automóvil, echar a andar el motor y volar en mil pedazos con todo y auto, en medio de una gran explosión. Según él, el reloj de la grabación marcaba las veinte y dos horas y le pareció que justo antes del estallido, el reloj de la pared marcaba las siete con veinte y tantos minutos, pero después le pareció ver que señalaba las siete y media.

Amanda, Gustavo y yo vimos cosas distintas. Ella dijo horrorizada haber visto cómo una mujer que estaba recargada sobre el cofre de un vehículo, sacó un cigarrillo de su bolso, se lo colocó en la boca y al momento de prender un cerillo, terminó envuelta en llamas hasta consumirse por completo. Gustavo aseguró ver a un hombre entrar a un coche y ser sorprendido por otro sujeto que lo esperaba escondido en el asiento de atrás, quien le puso una bolsa de plástico en la cabeza y no lo soltó hasta que el primero dejó de manotear. Yo sólo pude ver un estacionamiento vacío durante todo el tiempo que duró la grabación. Los tres vimos la misma hora que nuestros compañeros habían indicado antes, pero en el caso específico del reloj de la pared, ésta era distinta a la que habíamos observado la última vez, como si el reloj y todo lo ocurrido se desarrollara en un tiempo distinto al de la cámara de seguridad.  

Ya éramos seis las personas que habíamos visto la grabación y teníamos ante nosotros quince versiones distintas. Catorce diferentes muertes, entre suicidios y asesinatos. Más una extra donde no ocurría absolutamente nada. Podíamos ver la grabación mil veces y obtendríamos seis mil versiones más, todas diferentes entre sí.

Como un último intento, le pedí a Gustavo que volviera a pasar la grabación, pero que en esta ocasión hiciera un acercamiento sólo al reloj de la pared. Ni yo misma estaba segura del por qué o para qué de mi sugerencia, pero él estuvo de acuerdo y lo hizo. Para nuestra sorpresa, el video empezaba con el reloj marcando las siete cuarenta y cinco, y terminaba indicando las siete cincuenta. La misma hora que señalaba el reloj de la computadora de Gustavo. Como si el video no fuera una grabación, sino una transmisión en vivo.

–Detén el video un segundo –sugirió Amanda. Gustavo accedió pero el reloj de la pared siguió avanzando.

–¿Y si lo retrocedes sólo un poco? –inquirió Jorge.

Gustavo lo hizo pero el reloj siguió avanzando como si nada. Eso era imposible. Regresando la imagen al zoom original, pude ver cómo una bala regresaba al revólver de una mujer, mientras se reconstruía su cráneo y regresaban a su lugar los sesos que antes yacían esparcidos en el aire, sólo para observar cómo el reloj en la pared seguía marchando hacia delante.

–Dame la carta que acompañaba a éste video –le dijo Gustavo a Amanda.

Ella salió corriendo a su privado, regresó con el sobre en la mano y se lo entregó al jefe. Él lo abrió, pero el papel en su interior estaba en blanco.

–¿Amanda, estás segura que éste es el sobre? –preguntó Gustavo.

Ella asintió con la cabeza y él, desconcertado, sólo se rascó la calva.

Nadie sabía qué estaba pasando, entonces se me ocurrió preguntarles si alguien había visto quién había llevado el paquete esa mañana. Carlos levantó su mano como en la escuela y dijo que sí, que una mujer de no más de cuarenta años y muy alta lo había entregado en la recepción, justo cuando él estaba revisando sus notas. Ángela se le quedó viendo y le dijo que estaba equivocado.

–El paquete lo entregó un hombre bajito de anteojos, lo sé porque yo estaba platicando con Sara (la recepcionista), justo antes de que Carlos llegara y ella lo recibiera.

–¡¿Están locos?! –replicó Jorge.

–El paquete lo entregó una joven guapísima, a la que no le pude quitar los ojos de encima. Ella lo traía en una bolsa de plástico y se lo entregó a Sara, cuando estaba platicando con Ángela y Carlos apenas llegaba a la oficina. No tengo la menor duda, incluso recuerdo que quise pedirle su nombre y número telefónico, pero era tan hermosa que no me atreví ni a acercarme a ella –concluyó y agachó la cabeza un poco apenado.

Gustavo se pasaba las manos por la cara y se restregaba la barba desesperado por no entender nada (al igual que los demás). Entonces mandó a llamar a Sara.

Después de unos cuantos minutos ella llegó a la oficina. Él le habló del paquete y le preguntó por la identidad de la persona que lo había dejado. Ella no pareció entender el por qué de la pregunta, incluso se notó un poco molesta por la misma, como si estuviéramos dudando de su desempeño laboral. Después de todo no le habíamos preguntado nada cuando recibió aquella caja que contenía la mano y la nota amenazante. Sin embargo respondió que el paquete lo había entregado un niño.

–No creo que pasara de los once o doce años. Llegó cuando yo estaba platicando con Ángela, pero antes de que le pudiera preguntar sus datos o sobre el contenido de su entrega, se marchó sin decir nada. No me pareció sospechoso, de hecho lo único que me llamó la atención fue la manera en que Jorge se le quedaba viendo. Después entró Carlos, dejé de conversar con Ángela y subí a dejar el paquete sobre la mesa de redacción, fui al baño y después regresé a mi lugar de trabajo. ¿Algo más que deseé saber? Como a ¿qué hora me desperté? ¿Qué desayuné hoy o algo así? Porque de lo contrario me gustaría regresar a mi puesto de trabajo –dijo Sara con un tono desafiante, como si la hubiéramos estado acusando de algo injustificadamente.

–No, eso es todo y perdona por la pregunta –contestó Gustavo, casi tartamudeando.

La nota nunca se publicó, no nos hubiera alcanzado el periódico entero para anotar todas las versiones posibles. Ni sabíamos por dónde iniciar nuestra investigación. En pocas palabras, no sabíamos qué publicar.

Mi editor aún conserva el video, quién sabe dónde y ahí espero que se quede por siempre. Amanda y los demás hacemos como si nada hubiera ocurrido o nunca hubiéramos visto esa grabación, o sabido de ese paquete. Por otro lado, Sara ya no deja que su hijo menor la acompañe al trabajo, dice que ya no confía en las preferencias de Jorge.

Todos hemos vuelto a nuestra rutina y así espero que continúe por muchos años más. Por mi parte trato de no pensar mucho en “mi frustrada nota”, y si alguien me preguntara qué vi en esa grabación, tal vez me quede callada o mienta y responda que nada….      

6 comentarios:

  1. Este fue el primer cuento tuyo que leí en T!, y desde entonces me ha sorprendido la homogeneidad (dentro de la diversidad) de los enfoques y puntos de vista: ese no conformarte en seguir las sendas ya seguidas por otros, ese buscar enriquecer lo que otros dejarían así, ese buscar dar un extra donde alguien más se conformaría...

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  2. Muy buenos los cuentos! la verdad se disfruta leyendolos!

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  3. Uno de los cuentos más divertidos que he leído, de verdad. ñ.ñ

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