miércoles, 19 de octubre de 2011

-10 a.m. Capítulo XII: Muerte

-I-

Desde hace más de seis meses los muertos vagan libres por las calles, mientras yo me refugio en este viejo cementerio. No es la gran cosa pero es mejor que el hospital, aquí los muertos no se acercan. Es demasiado fuerte el olor a muerte que emana de la tierra como para sentirse atraídos. En cuanto a los residentes permanentes, sólo puedo escuchar que rasguñan desesperadamente desde el interior de sus prisiones de tierra, cemento, aluminio y madera. 

            Todo este tiempo me he alimentado de lo que he podido saquear de las máquinas expendedoras del velatorio. Alimento que dista mucho de ser nutritivo o recomendable para una mujer con siete meses de embarazo, pero dadas las circunstancias, no me parece tan malo.

Me sorprende todo el tiempo que ha pasado, y me extraña aún más seguir con vida, pese a que mi salud se ha ido deteriorando rápidamente. Seis meses es mucho tiempo para vivir escondida en un cementerio, y mi cuerpo lo refleja fielmente. Mis brazos y piernas ya no son lo que eran y ahora presentan sólo una delgada piel que cubre mis huesos. Mi rostro no luce mejor y cada vez que alcanzo a ver mi imagen en cualquier superficie, no puedo evitar sentir una profunda tristeza al ver en mis ojos hundidos, la misma mirada vacía de la mujer del pabellón de maternidad poco antes de morir.

Después de todo lo que ha pasado en el mundo y de lo que hemos perdido, es triste saber que esa mujer que marcó mi vida para siempre carezca de un nombre para mí. Quizás me aguarda lo mismo. Es sólo cuestión de tiempo para que toda mi historia, anhelos, proyectos, virtudes y defectos se pierdan en el olvido.

Es probable que mi bebé no conozca un solo amanecer, ni a su madre. Aunque de antemano sabía que no habría de conocer a su padre. Cuando le informé al susodicho la buena nueva, él estaba tan alarmado por el futuro de su carrera que me preguntó “¿por qué?” y “¿cómo era posible?”. Como si tuviera que ser yo quien le explicara a un ginecólogo cómo es que nacen los niños. Recuerdo que me sugirió que no dijera nada y que lo mejor para el futuro de ambos sería abortarlo. Por supuesto que él no se mancharía las manos, pero conocía a alguien que podía arreglarlo todo… en fin. Yo no dije nada, pero le respondí contundentemente con una bofetada que me dejó temblando la mano, seguida por un rodillazo en sus testículos que lo dejó de rodillas y mudo. Después me alejé de él para siempre. Desde entonces y hasta ahora mi bebé ha sido lo más importante para mí. Y aunque sepa que llevarlo conmigo me costará la vida, lo que realmente me aterra es que yo sea quien le cueste la suya a él.   

-II-

Hace unos días me empezó a doler el vientre y he secretado un poco de sangre en la orina. Aún me faltan casi dos meses para entrar en labor de parto y esperar a la muerte, pero quién sabe. Tal vez mi mala condición física haya acelerado el proceso o mi bebé se cansó de comer sólo pastelillos y frituras, por lo que busca en mí algo más sustancioso y nutritivo. Aunque dudo que lo encuentre, pues ahora luzco más bien como un esqueleto con barriga, con mucha sal y azúcar en las venas.

Frente a todo lo que he pasado, me sorprende lo absurdos y ridículos que pueden ser los problemas que me agobiaban día a día en el pasado. Es impresionante el tiempo que perdí tratando de ser “alguien” como si de entrada no lo fuera. Siempre intentando agradar a los demás aunque ellos no me agradaran, y sin saber si yo misma era grata para mí. Me pongo a pensar en toda esa gente que traté mal, o no traté en absoluto, sólo porque llevaba prisa. Todas esas personas a las que no les dije que amaba o que jamás agradecí por lo poco o mucho que hubieran hecho por mí, por el sólo hecho de existir. Sin olvidar aquellos amaneceres y atardeceres que me perdí por mantener fija la mirada en el reloj. Todos esos proyectos que soñé alcanzar al lado de mi bebé, que ya no podré ni acercarme.   

-III-

Ayer salí de mi refugio para ver si encontraba un poco de comida en otra parte; me daba igual si era cerca o lejos de la ciudad. Mis piernas apenas podían sostenerme por la anemia y el miedo que tenía de encontrarme con alguna de esas cosas.

Mi temor era muy grande, pero mi hambre era aún mayor, por lo que me armé con el poco valor que conservaba y el coraje que me infundía mi bebé para mantenerme con vida, y crucé el portal que separaba mi mundo del de ellos.

Los muertos deambulaban por todas partes buscando alimento, incluso debajo de las paredes de los edificios derrumbados. No sé por qué pero repentinamente dejé de tener miedo y empecé a sentir compasión por ellos. La simple idea de pasar la vida de esa forma, buscando alimento para saciar un hambre que no se satisface nunca, pudriéndose a cada paso y sin poder morir de una buena vez, me hacía estremecer.

Mi futuro nuevamente se me presentaba y sentí pena, pero ahora no sólo por mí, sino también por su lastimera existencia. No pude evitar pensar en mi amiga, la compañera con la que traté de escapar aquel día y que vi cómo era deshecha por las balas de la policía. ¿Qué será de ella ahora? Tal vez siga arrastrándose sin descanso con su cuerpo partido por la mitad hasta que todo esto termine algún día, si es que eso llega a ocurrir.

            Para mi sorpresa los muertos no hicieron el menor esfuerzo por atacarme. Parecía como si les pasara completamente inadvertida. Probablemente por mi aroma. Yo misma me sentía cada vez más cercana a ellos que a lo que era antes. Es curioso que fuera de esa manera, pero por primera vez en seis meses no me sentí sola con mi bebé. Y si bien no podía concertar una cita para tomar un café y platicar un poco con ninguno de mis nuevos compañeros, el sólo hecho de verlos ahí, hurgando entre los restos de lo que fuera una gran ciudad, definitivamente me creaba un vínculo muy estrecho con ellos.

            Después de varias cuadras, hallé una destartalada tienda de abarrotes. Ahí no encontré mucho, pero lo hallado era mejor que lo que había estado comiendo en los últimos meses. Había varias latas de conservas, con dos o tres años más de caducidad. Recuerdo que pensé que era posible que yo durara mucho menos tiempo que eso, pero no podía llevármelas todas, y venir todos los días a comer ahí me resultaría demasiado riesgoso. Era posible que mis nuevos y hediondos compañeros pudieran empezar a sospechar que yo no estaba tan muerta como aparentaba estarlo, y dejarían de pasarme por alto, agregándome de inmediato a su menú. Por lo que cogí un carrito de compras y por un instante recordé la cotidianidad de aquel hecho, y atesoré algo que antes me parecía de lo más molesto e insoportable.

Era sorprendente cómo las acciones más mundanas de la vida se me presentaban tan extraordinarias en un momento como ése. Casi deseaba que hubiera fila en la caja, o una cajera gruñona que no hallara el momento de despachar a toda su clientela para poder largarse de ahí. Pero evidentemente no fue así. Por último tomé unos garrafones de agua y un abrelatas.

            Esa noche me regalé una cena que tenía demasiado tiempo que no me daba. Procuré no excederme, pero es que nunca la comida enlatada me había parecido tan buena y apetitosa. Por primera vez en mucho tiempo me sentí feliz de estar ahí; viva y con mi bebé dentro de mí.

Esa noche no hubo sangrado, ni sentí ningún dolor en el vientre, tampoco tuve pesadillas y por primera vez me sentí como en mi propia casa.     

-IV-

Temprano, esta mañana salí nuevamente de mi escondite. No supe realmente que hora era, puesto que mi reloj de pulsera se estropeó hace un par de meses y el único que encontré carece de la manecilla de las horas y sólo conserva el minutero. Por lo que sólo marca las menos diez a.m.

Después de lo que viví el día anterior, no sé por qué, pero sentí que era posible que no regresara con vida de una nueva incursión a la ciudad. Por eso decidí salir lo más arreglada posible a lo que tal vez fuera mi último paseo.

El sol apenas se asomaba por el horizonte y yo quería verme guapa para recibir su calor, quizá por última vez. No hay servicio de agua potable, por lo que la sola idea de tomar un baño me pareció lejanísima. Pero he aprendido a captar agua de lluvia, por lo que con ayuda de un paño húmedo y un poco de jabón que hallé en uno de los baños, recordé cómo era sentirse aseada otra vez. Tomé un par de mudas de ropa limpia que encontré en la patrulla, y salí por última vez del que había sido mi hogar por tantos meses.

            No sé dónde se han metido todos, la ciudad está vacía. Nadie se pasea por las calles, vivos o muertos. El sol brilla en lo alto y el cielo rojizo me regala una postal que no veía desde hace varios años. Apenas sopla un poco de viento que tímidamente mece mi pelo, dándome la excusa perfecta para alborotarlo yo misma con las manos. Cierro los ojos y me detengo a oír el silbido del viento que corre a varios metros arriba de mi cabeza. Siento el aire frío y suave que toca mi cara, casi como si la naturaleza me estuviera reconociendo o buscara recuerdos de mí en su atormentada memoria.

A lo lejos oigo algo que no creí volver a escuchar nunca y abro los ojos para compartir con la vista lo que me regala el oído. Sobre mi cabeza veo a una parvada de aves que sobrevuela la ciudad de un lado a otro y regresan con más bríos.

            Yo no puedo más que sonreírle a la vida y contemplar su eterna belleza. Vuelvo mi mirada al suelo y con mis manos acaricio el vientre en que se gesta mi hijo. También esto me provoca una sonrisa que se humedece con dos lágrimas de alegría. Sin pensarlo demasiado le hablo a mi bebé, quien sigue guardadito dentro de mí. Le digo que todo va a salir bien, y por primera vez siento que no me estoy mintiendo a mí misma, aunque tampoco tengo ninguna certeza sobre la cual pueda sustentar mi promesa.

            No sé si todo ha terminado ya o si los muertos sólo se marcharon a otra parte en busca de alimento. Tal vez estén por ahí escondidos tras las ruinas urbanas, quizás sólo se estén pudriendo en algún agujero, o ambas cosas. No sé si este nuevo escenario que me regala la vida significa que tanto mi bebé como yo estaremos bien, o sólo se me está dando una calurosa despedida. Sé que me va a costar mucho tiempo asimilarlo todo, pero frente a mí tengo la razón más importante por la que nunca me he de dar por vencida. Sin duda alguna, el ser vivo más amado y esperado en todo el planeta, por lo menos para mí; mi hijo… 

No hay comentarios:

Publicar un comentario