–¿Amor?
¿De casualidad no sabes qué está haciendo el niño? –pregunta una mujer a su
marido, quien plácidamente lee el periódico, sentado en su sillón favorito.
–Me parece que está afuera.
–¿No te fijaste desde a qué hora se
encuentra allá?
–La verdad no, pero creo que ya
tiene un buen rato.
–¿Y qué tanto estará haciendo?
–Pues está jugando, mujer, como
cualquiera a su edad.
–¿Y qué es lo que está jugando?
–No estoy seguro, pero parece que
patea una pelota.
–¿Una pelota? ¿Y qué tal si por
andar jugando no se da cuenta y se cruza la calle sin fijarse? ¡Haz algo, Dios
mío!
–No te preocupes, es más fácil que
él le dé a un cristal o un peatón, antes de que pateé su pelota hasta la calle.
Quédate tranquila mujer.
–¿No crees que pueda tener hambre o
sed?
–No, yo lo escucho muy divertido y
riendo.
–¿No te parece que ya es mucho
tiempo? Parece que no tarda en caer otra tempestad como la de ayer. ¡Pobre
bebé! ¿No crees que deberíamos ir por él y asegurarnos de que no le falte nada?
–No creo que esa sea una buena idea.
–¿Y por qué no?
–En primera, el chico ya tiene más
de ocho años, por lo que creo que ya es lo suficientemente grande para volver a
casa a tomar agua, comer o guarecerse del tiempo. En segunda, porque se ve que
está a punto de llover y no pienso salir a pescar un resfriado. Y en tercera,
el muchacho es de los vecinos, no nuestro. Deja que ellos se preocupen por él,
al menos por esta vez.
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