martes, 17 de abril de 2012

Fantasma

Yo tenía seis años cuando tuve mi primer encuentro con un fantasma. Recuerdo que estaba en el jardín, jugando con Karen, mi muñeca favorita, entre las flores de mamá. No se supone que yo pudiera estar ahí sin supervisión, pero aprovechando que ella había salido con papá y la abuela, y que mi tía se había quedado dormida en la sala, con los audífonos puestos, no me pude resistir y salí a jugar entre esos colores y aromas. Sabía que me iban a regañar, pero con tal de estar ahí, al menos un par de horas, valía la pena tomar el riesgo.

            Karen era el hada de las flores y sobrevolaba su reino, cuando algo me tocó el hombro y después me rozó la mejilla. Miré por todas partes, pero no había nadie, entonces una voz me susurró al oído: “A tu mamá no le va a gustar encontrarte en su jardín, y mucho menos sola”.

            La voz era ambigua, hasta la fecha no sabría definir si era de un hombre o de una mujer, pero en ese momento careció de importancia, porque sólo me interesó entrar lo más rápido que pudiera a la casa.

            Mi tía seguía dormida, por lo que no me vio ingresar con los zapatitos llenos de tierra y con Karen sujeta de los cabellos.

El regaño era el menor de mis problemas, y mis rodillas temblaban cuando crucé por enfrente de la habitación de la abuela, quien para mi sorpresa no se había ido con mis papás como yo suponía, y se encontraba tejiendo frente a la ventana.

            –Pero Corazón, ¿a dónde vas con tanta prisa? Parece que viste a un fantasma –dijo, con una sonrisa amistosa.

            Yo no podía articular ni una palabra y me faltaba el aire por la carrera, por lo que sólo atiné a correr hacia ella, abrazarla y ponerme a llorar.

            La abuela me consoló, como sólo ella y mamá sabían hacerlo; con una ternura que me hacía sentir la persona más amada y segura del mundo, mientras estuviera entre sus brazos. Una sensación que cada vez extraño más.

            –No pasa nada mi amor. Ahora dime ¿qué te ocurrió que te puso de esta manera?

            – ¡Un fantasma! Estaba en el jardín jugando con Karen y algo me tocó en el hombro y rozó mi mejilla –le dije sin respirar.

            Ella me sonrió, me estrechó nuevamente entre sus brazos y me dijo: “Pero mi niña, bien sabes que los fantasmas no existen”.

            –Pero es cierto, no había nadie alrededor, pero alguien me tocó… y me dijo…

            – ¿Qué fue lo que te dijo? –preguntó, interrumpiendo mi silencio.

            –Que no debería estar ahí jugando sola –respondí apenada y con la cabeza agachada.

            – ¡Ah, vaya! Bueno, pues yo creo que no fue un fantasma, sino tu conciencia la que te habló, ¿no te parece?

            – ¡No, no fue eso! –le repliqué enfadada.

            –Mira, cuando era niña yo también le temía a los fantasmas. En cada rincón de mi pueblo se podían escuchar historias de “aparecidos”, “sombras” y “espectros”. A la orilla de la carretera se hablaba de una mujer muy bella que les pedía a los automovilistas que la llevaran a su casa, pero pasando la primera curva ella desaparecía, provocando que el conductor perdiera el control de su vehículo y chocara. También se hablaba de una anciana, que todas las noches se le podía ver llorando en el borde de una barranca, pero si alguien se le acercaba, ella los sujetaba de las manos y se los llevaba hasta el fondo. O el sepulturero fantasma que vigilaba el sueño de los muertos del cementerio, y les garantizaba el descanso eterno a todos los intrusos que se atrevieran a profanar sus dominios. Recuerdo que también escuché hablar del espíritu de un niño, quien deambulaba por las escalinatas de la vieja torre de la escuela, razón por la que no había menor que se atreviera a jugar o merodear por ese lugar –me contó sin dejar de tejer, y un aire frío me recorrió por la espalda, de la nuca a las piernas.

            –De niña me daba terror todo eso. No había rincón o callejón oscuro que no fuera el hogar de algún espectro, o tal vez de un “demonio”. Pero después crecí y me di cuenta de que eso eran tonterías. La mujer de la carretera bien podría ser sólo un pretexto de los automovilistas para justificar sus percances, o un disuasivo popular, para evitar que los conductores se detuvieran en la carretera a auxiliar a desconocidos, por su propia seguridad. Lo mismo con la mujer de la barranca; desde que empecé a escuchar de su existencia, las personas accidentadas en ese sitio se redujeron al mínimo, de tal suerte que su fama se convirtió en un método más efectivo para evitar que la gente se aproximara demasiado a la orilla, que un letrero que dijera “Peligro, no se acerque”. También te cuento que las profanaciones clandestinas del cementerio cesaron, y te puedo decir lo mismo del niño de la torre, el cual era la garantía de que nadie, salvo la dirección del plantel, se acercara al lugar donde se guardaba el historial académico de los alumnos y la nómina de los profesores. ¿Ya ves? Los fantasmas sólo viven en las cabezas de las personas y nada más –dijo, me dio un beso en la frente, y me envolvió con la bufanda que estaba tejiendo.

            –Ahora vete a limpiar esa tierra, que a juzgar por tus zapatos, has de haber dejado regada por toda la casa –dijo con esa firmeza que era difícil de contravenir.

            Le correspondí con un abrazo, un beso en la nariz, y me fui de su cuarto con la bufanda puesta, con dirección al lugar donde guardaban las escobas.

            Mamá regresó un par de horas después de que terminé de limpiar la tierra del piso. Papá no venía con ella y se le veía muy afligida. No me dijo nada, sólo me abrazó con fuerza y despertó a mi tía. Luego me pidió que me fuera a mi cuarto.

Era evidente que quería hablar con su hermana de algo que no deseaba que yo me enterara. Pero antes de irme le presumí la bufanda que me acababa de regalar la abuela.

Entonces mamá se puso a llorar, me volvió a abrazar y me dijo algo que me borró el color y la sonrisa de la cara.

–Tu abuelita ya no estará más con nosotros, el médico hizo lo que pudo, pero no consiguió salvarle la vida –dijo, en un mar de llanto y cayendo de rodillas.                     

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