martes, 17 de abril de 2012

Caminata

Cada vez que salgo a la calle me topo con alguna novedad, desde un nuevo artilugio para hacer más fácil algo que ni siquiera sabía que se podía hacer, o un nuevo edificio, más alto y encristalado que el anterior. Pero poco a poco me he ido acostumbrando a eso, aunque siempre choca con mi cansada memoria el ver que todos esos lugares que han sido importantes en mi vida, ya no existen.

            Por ejemplo, en aquella esquina donde ahora destaca un cajero automático, antes había una heladería, donde solía gastarme de niño la mitad de mi mesada, para dejar la otra mitad en la esquina de enfrente, donde había un cine, y ahora sólo hay un edificio abandonado, con los muros pintarrajeados con citas que no alcanzo a comprender, los cristales de la que era la taquilla rotos, y el gran letrero que anunciaba el título de la película de temporada, hecho pedazos.

En ese cine fue donde por primera vez vi volar a mi superhéroe favorito, del mismo modo que me enamoré de aquella actriz tan famosa, de la que ahora no consigo recordar su nombre. También fue ahí donde llevé a la que fuera mi novia, y ahora mi esposa, en aquella primera cita. Recuerdo que todo me salió tan mal que pensé que nunca más aceptaría salir conmigo otra vez, pero he de haber hecho algo muy bien, cosa que aún se escapa a mi comprensión, porque después de cincuenta años juntos, ella no deja de recordarme lo bien que se la pasó aquella primera vez. De seguro es su memoria lo que le ha de estar jugando alguna broma, o quizás ella notó algo que yo no recuerdo.

            En la acera de enfrente también había una cafetería, donde invariablemente todas las parejas iban después de la película a intercambiar comentarios, abrazos y besos… ¡Ah! Esto último me acaba de recordar qué fue “eso” que hice tan bien, como para que ella volviera a salir conmigo.

¡Qué cabeza la mía! Yo que ya estaba juzgando mal su memoria, y resultó ser la mía la que ha empezado a olvidar las cosas.

            Ahora me muevo con más lentitud y caminar ya no es lo placentero que era antes, pero no me quejo, ya he andado por tantas calles y sendas, que si es verdad eso de que uno vuelve a recorrer lo caminado tan pronto se muere, entonces creo que me hará falta otra vida entera para poder hacerlo. Lo cual no estaría nada mal, sobre todo si la vuelvo a vivir con mi compañera a mi lado.

            Dos calles más adelante solía estar la tienda de discos. Ahí era donde solía gastarme gran parte del salario de mi primer trabajo, y ahora invierto un porcentaje de mi pensión, pues venden accesorios para computadora y otros dispositivos que jamás pensé que inventarían, ni que me llegarían a interesar, pero heme aquí, caminando tranquilamente con un par de audífonos en los oídos y escuchando mis canciones favoritas, con una calidad de sonido que supera por mucho a la de mi viejo toca cintas.

            ¡¿Oh?! Esto es nuevo, hace sólo una semana pasé por acá y había una tienda de artesanías, pero ahora hay una agencia de viajes. A este paso, creo que un día de estos saldré a caminar y cuando regrese a casa me toparé con la novedad de que ya es un Centro comercial.

¡Válgame! También hay una notaría y un despacho de abogados. Será mejor que me cambie de acera, porque este lado de la calle se ha vuelto demasiado peligroso.

            Cada vez es más complicado cruzar las avenidas, los automovilistas no respetan a los peatones, ni nosotros a ellos, a veces me siento como en una de esas caricaturas, en las que el personaje se encuentra completamente solo en la calle, pero tan pronto coloca un pie en el asfalto, un centenar de vehículos se hacen presentes. Hasta hace un segundo no había visto ni un solo automóvil, pero ahora parece que toda la matrícula vehicular se ha hecho presente…

¡Al fin!

            A mi mujer no le gusta que salga solo, dice que es peligroso, pero también sabe que prohibirme esa libertad sería insoportable para mí. Además, si no salgo, ¿entonces quién le traería a casa ese ramo de flores que tanto le gustan? Tal vez puedan tacharme de anticuado, pero muy pocas cosas se comparan a la belleza de la sonrisa de mi esposa, cada vez que me ve cruzar la entrada de la casa con sus rosas favoritas. Pero hoy además de eso le llevo un girasol, por lo que sé que su alegría será mucho mayor.

            Ella y yo hemos pasado situaciones difíciles, tanto que en nuestras mismas circunstancias muchas parejas ya se hubieran rendido hace años, pero nosotros no somos como las demás, lo nuestro es real.

No me imagino la vida sin ella a mi alrededor, de hecho me encantaría no estar haciendo este recorrido solo, pero así como mi vicio es caminar, el de ella es su casa. Todo tiene que estar impecable y ordenado, características que yo no poseo, por lo que mis caminatas le sirven a ella para “ordenar el desastre que yo dejo a mi paso”, palabras textuales. Sin embargo la adoro, ella es mi vida y aunque a veces me saca de quicio, la verdad es que no hay manera más agradable de perder la razón. Sin olvidar que yo tampoco soy el ser más “tratable” del mundo. Por eso es conveniente que estas caminatas no se suspendan, de esta manera puedo pensar en lo que serían las cosas sin ella.
     
             Por ello, sin importar la razón por la que salga a la calle, o la distancia que recorra cada semana, sé que ella es consciente de que yo sabré volver a casa, y no sólo con su ramo de flores, sino con una versión mejorada de mí mismo. Por mi parte, ella siempre ha sido perfecta, salvo un pequeñísimo defecto, el cual agradezco mucho; tiene un pésimo gusto para los hombres.                    

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