Hoy ha sido un mal día. En la mañana discutí
con mi mujer, y creo que esta vez no hay vuelta atrás, es más, dudo mucho que la
encuentre en casa, si es que logro regresar.
El tráfico estuvo más pesado que
nunca, es decir, como siempre, por lo que una vez más llegué tarde al trabajo,
lo que provocó que Hugo, el engreído encargado del personal, me regañara
delante de todos en la oficina. Incluso me amenazo.
– ¡Un error más y te corro! ¿Me
oíste? ¡Te corro! –me gritó, como si no estuviera a solo un paso de distancia.
Por suerte salió mi jefa, quien
tratando de tranquilizar las cosas, le pidió al “idiota ése” que no volviera a alzar
la voz de esa manera, o lo reportaría. Lo cual debo admitir que me endulzó un
poco el día. Pero sabía que no duraría mucho, porque el idiota habría de
desquitarse conmigo.
Todo
el día me trajo de aquí para allá; llevando papeles, sacando fotocopias,
engrapando folios, archivando documentos, en fin, lo de siempre, pero ahora sin
quitarme la vista de encima. Él sabía que eso me pondría nervioso, tal vez al
grado de cometer “ese error” que provocara mi despido. Pero no pasó.
Al
final de la jornada, ya cuando todos se habían ido y yo seguía archivando, Hugo,
quién ya había marcado su tarjeta de salida, regresó sólo para amenazarme. Entonces
no aguanté más y le respondí.
Jamás pensé que me atrevería, pero
este día había sido tan malo que no pude más y estallé en su contra. No estoy
orgulloso de haberlo hecho, y mucho menos de lo que pasó después, pero admito
que en ese momento me sentí más libre que nunca.
Las
manos me temblaban y me dolía la cabeza, cuando tomé el volante con la firme
idea de regresar a casa, y ponerle punto final a este día. Mañana pensaría
sobre las consecuencias de mis actos. Hoy ya no, ya había tenido suficiente.
Pero antes me detuve en la primera farmacia, para comprarme una aspirina.
No
había espacio en el estacionamiento, por lo que después de un rato de dar
vueltas, opté por quedarme a tres calles de mi objetivo, sólo para llegar al
local y encontrar un par de espacios disponibles. Ya no tenía caso regresar,
con la suerte que había tenido, lo más probable era que cuando volviera, ya
estuvieran ocupados.
El
lugar estaba abarrotado, parecía como si toda la ciudad hubiera acudido por
medicinas. Recuerdo que pensé que sólo faltaba que no les quedara ni una sola
aspirina. Por suerte me equivoqué.
Tardaron unos quince minutos en
atenderme y otros quince en cobrarme, demasiado tiempo para un frasco tan
pequeño y una botella de agua. Pero no estallé contra nadie, incluso le regalé
una sonrisa forzada a la cajera que me atendió, después de todo, ella no tenía
la culpa de nada.
Cuando
salí, los espacios del estacionamiento seguían disponibles, por lo que sólo me
reí conmigo mismo, destapé la botella y tomé un par de pastillas.
Cerré los ojos, respiré hondo y
seguí hasta donde había dejado el auto, sólo para no encontrarlo.
– ¡Lo que me faltaba! –dije
fastidiado.
Entonces
volví a reír, casi histéricamente, hasta que noté que estaba llamando la
atención. Por lo que me calmé un poco y me alejé de ahí, justo cuando empezó a
llover.
Aún
sigo caminando, podría pagar un taxi o irme en un microbús, pero no quiero.
Prefiero seguir así, hasta dónde pueda. Mañana quizás no vaya a trabajar, me
reportaré enfermo, lo cual, con esta humedad y el frío, no creo que sea una
mentira. Sin embargo, lo que le da un poco de brillo a esta oscuridad que
parece rodearme, es imaginarme la cara que van a poner los imbéciles que se robaron
mi auto, cuando descubran el cadáver de Hugo en la cajuela.
un excelente texto te felicito Moisés...no dejas de sorprenderme con tus escritos...
ResponderEliminarGracias Marisol.
EliminarExcelente, de verdad me sorprendiste con ese final xD
ResponderEliminarMuchas gracias.
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