Sólo tiene seis años, pero mi pequeña Selene
sabe muy bien cómo sacarme de quicio. La mayor parte del tiempo es la niña más
dulce del mundo, pero hay ciertos momentos en los que creo que se parece más a
mi suegra que a su madre. Lo curioso es que siento que lo disfruta. Mi esposa
dice que exagero, pero yo sé muy bien que lo hace a propósito.
El
otro día pasé por ella al colegio, me recibió muy cariñosamente, me llenó de
abrazos y besos, pero justo antes de subir al automóvil me dijo:
–
¿Papi? En la casa ya no tenemos de los jugos de soya que mamá me pone en la
lonchera.
–
¿Qué te parece que pasemos al “súper” antes de llegar a la casa, para que tu
mami no se preocupe mañana? –le repliqué ingenuamente, y ella estuvo de
acuerdo.
Antes
de entrar a la tienda, Selene me pidió un helado, se lo compré, y mientras ella
se lo comía, yo tomé uno de los “carritos” y nos encaminamos al área de jugos.
–Estos
son los que te compra mamá ¿verdad? –le pregunté, y ella respondió
afirmativamente, mientras comía su mantecado.
Una
vez que llené el carrito, Selene me miró juiciosa y me dijo:
–No,
creo que mamá compra otra marca.
–
¿Segura?
–Absolutamente.
Mamá compra los jugos que están cerca de las sopas de pasta, por la pescadería
–replicó, muy dueña de sí. Por lo que volví a dejar los jugos en su lugar.
Pero al llegar al sitio indicado,
me di cuenta de que la marca era exactamente la misma.
No
dije nada, pese a que Selene tenía una sonrisa de satisfacción que no podía
ocultar ni cubriéndose la cara. Y después de respirar profundamente, volví a
llenar el carrito.
De
nueva cuenta, mi pequeña esperó que hubiera terminado, para levantar su dedo
índice, en señal de desaprobación, y hacerme notar que estaba haciéndolo mal.
–Mamá me compra tres de cada sabor.
–Pero
Amor, ya llevo como ocho de cada uno, te aseguro que así es mejor.
–No,
porque luego los jugos se vuelven viejos y ya no saben igual.
Respiré
profundamente y dejé los excedentes en su lugar.
Camino
a las cajas de cobro, Selene se me adelantó a escoger una fila; la más larga.
Lo cual no me extrañó, porque también era la más cercana al departamento de
juguetería.
Después
de treinta minutos, salimos con veinticuatro jugos, y una muñeca que lloraba y
gritaba: “¡mamá!”. Como si nos hiciera falta otra igual.
Selene
se veía feliz, y yo tenía como consuelo que pronto llegaríamos a casa, y podría
relajar mi cansada espalda, de tanto llenar y vaciar el carrito de compras.
Entonces,
ya que estaban todos los jugos guardados, y ella se acomodaba en la parte de
atrás, Selene me dijo, con una mirada que sería capaz de derretir un témpano, que
tenía sed, y me pidió que le diera uno de los jugos que acabábamos de comprar.
Por supuesto que no me negué y volví a abrir la cajuela.
Consciente
del carácter de mi pequeña, le pregunté qué sabor quería. Y ella, con una
sonrisa que apenas le cabía en la cara, me respondió:
–Cualquiera,
al cavo saben a exactamente lo mismo.